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¿Será necesario afirmar que, aun concretado á una especialidad, el Duque de Cantarranas era un excelente crítico? Baste decir que sus consejos tenían fuerza de ley y sus dictámenes eran tan decisivos, que jamás se apeló contra ellos al tribunal augusto de la opinión pública. Por eso le cité, en unión de los otros tres personajes que describiré luego, para que juzgase mi obrilla.

Quiso intervenir Cantarranas, y como la poetisa dijese no qué tontería de las muchas que tenía en la cabeza, D. Marcos la increpó duramente; salió á defenderla con singular tesón el Duque, y recibió de pasada, y como sin querer, un furibundo sopapo. Desde entonces fué aquello un campo de Agramante, y es imposible pintar el jaleo que se armó.

También llegaron a nosotros las oraciones fúnebres que en tal ocasión pronunciaron los más famosos predicadores del tiempo. El cortejo fué llevado por la calle de Cantarranas para que Marcela pudiera verlo desde su convento.

Dijo; y afectando la gravedad de un Mecenas, miróme el Duque de Cantarranas con expresión de superioridad, no sin hacer otro gesto nervioso que parecía hundirle la nariz, romperle la boca y rasgarle el cuero de la frente, de su frente olímpica en que resplandecía el genio apacible, dulzón y melancólico de la poesía sentimental. Aquello me turbó. ¡Tal autoridad tenía para el prócer insigne!

, me atrevo. »Desde arriba, Alejo devoraba con sus ojos una gran cabellera negra, espléndida, profusa; un río de cabellos, como diría mi amigo el ilustre Cantarranas. De la nariz y barba sólo asomaba la punta. Pero lo que se podía contemplar entero, magnífico, eran los hombros, admirable muestra de escultura humana, que la tela no podía disimular.

De todos modos, me consuela la singular protección que me dispensa, ahora como antes, el Duque de Cantarranas, mi ilustre Mecenas, quien ha podido conseguir de un amigo suyo, dueño de una tienda de ultramarinos, que me compre media edición al peso, y á veinticinco reales la arroba.

Me entusiasma la idea repliqué, apuntando con lápiz lo que ella con el mágico pincel de su fantasía dibujara. Ese es el camino que usted debe seguir añadió, dando á Cantarranas un alfiler para que afirmase el cuello. ¡Oh! el recurso del pajarillo es encantador. El pajarillo dijo Cantarranas debe ser el intermediario entre la dama blanca y el joven meridional.

«Me gustaría enteramente sentimental, que llegase al alma, que hiciera llorar.... Yo, cuando leo y no lloro, me parece que no he leído. ¿Qué quiere usted? Yo soy así me dijo el Duque de Cantarranas, haciendo con frente, boca y narices uno de aquellos gestos nerviosos que le distinguen de los demás duques y de todos los mortales.

Del artículo de Mesonero Romanos, sobre la topografía de Madrid, tantas veces citado, resulta que la calle del León era antes algo más ancha, desde la del Prado hasta las de Francos y Cantarranas, y formaba una plazuela con árboles, llamada «El mentidero de los representantessin duda por reunirse en ella los actores y aficionados al teatro, como sucedía hasta hace poco con la plazuela de Santa Ana.

Esta es su única obra de fantasía. Las demás son todas eruditas, porque vive consagrado á los apuntes. Como crítico, no se le igualaba ni el mismo Cantarranas, aunque no faltan biógrafos que le equiparan á él, y hubo alguno que aseguró le aventajaba en muchas cosas.