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Estaba inmóvil junto a Oliverio, la manecita temblorosa al lado de la mano del joven, crispada sobre el pasamano de la balaustrada, la cabeza inclinada sobre el mar, los ojos entreabiertos, con esa expresión de extravío que caracteriza al vértigo, el rostro pálido, como el de un niño moribundo. Oliverio fue el primero que advirtió que iba a desmayarse y la tomó en los brazos.

Las fuerzas se disipan, se pierden, porque no hay direccion: los ingenios marchan á la aventura, sin pensar adónde van: los que profesan con fruto una carrera la abandonan á la vista de otra que brinda con mas ventajas: y la revolucion trastornando todos los papeles, haciendo del abogado un diplomático, del militar un político, del comerciante un hombre de gobierno, del juez un economista, de nada todo, aumenta el vértigo de las ideas, y opone gravísimos obstáculos á todos los progresos.

Vámonos, Hullin; la vista de ese desgraciado que habla a solas y los gritos del cuervo anunciando el hambre me estremecen. Penetraron ambos en la galería, y al salir de las tinieblas, la claridad del día estuvo a punto de deslumbrar a Hullin. Por fortuna, el cuerpo aventajado de su camarada, que se había colocado delante de él, le preservó del vértigo.

Soñar que el corazón es siempre joven y que esa juventud es una gloria, sin cuitas que en el vértigo nos roben lo más caro escondido en la memoria. Soñar así es soñar de color rosa; vivir así es vivir en pleno idilio; es tener en el alma, en vez de prosa, una égloga admirable de Virgilio...

Las afecciones de la cabeza propias del causticum están caracterizadas por el peso y un vértigo como por embriaguez; hay sensacion de debilidad en la cabeza, de contusion interior; á las punzadas acompañan rigidez, y muchas veces movimientos congestivos y agravacion por la noche ó por la mañana al levantarse.

Vas a sentir vértigo, Gertrudis dice Juan echando una mirada inquieta a la esclusa, por la que las aguas pasan con rapidez espantosa, sobre el fondo de tablones inclinados, para precipitarse en seguida espumosas en la corriente. Gertrudis suelta una risotada y dice que muchas veces ha estado sentada allí horas enteras, mirando las aguas, sin sentir vértigo alguno.

Desde la mesa en que Rocchio se había refugiado, distinguíase el fúnebre pizarrón; las cifras aparecían tan claras, tan netas, tan blancas, que producían el vértigo: el oro, como habilísimo acróbata, daba saltos mortales: 325, 330, 336, 340... ¡dos puntos, cinco puntos, diez puntos de golpe! y ahí quedaba con un pie en el trapecio y en el aire el otro, pronto a dar nuevo salto, delante del público aterrado, que seguía sus movimientos con espantosa ansiedad.

Es más: hasta notaba cierto encogimiento humilde en los representantes de la religión cuando se encaraban con la ciencia; un deseo de agradar, de no ser rechazados, de infundir simpatía con soluciones conciliadoras para que el dogma no quedase en tierra privado de asiento en aquel tren de rapidísima marcha que llevaba a la humanidad hacia el porvenir con el vértigo de los nuevos descubrimientos.

En medio de su doloroso vértigo oyó una voz que le pareció resonante como toque de clarín.... La voz decía algo. Julián entendió únicamente dos palabras: Una niña.

Al verse allí, el cocinero mayor sintió un vértigo horrible, parecióle que las luces se agrandaban, que se iban hacia él, que le rodeaban, que giraban, que subían, que bajaban, que se revolvían en un torbellino de fuego.