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Clavamos espuelas y dando vuelta a la casa nos precipitamos sobre aquellos bribones. Sarto me dijo después que había matado a uno y lo creí, pero por lo pronto lo perdí de vista. Lo que es que de un tajo le abrí la cabeza a uno de los jinetes, que cayó al suelo. Entonces me hallé frente a frente de un mocetón y vi también que a mi derecha quedaba otro enemigo.

Esta primera expedición no tuvo resultado, por culpa de D. Pedro Ahones, magnate poderoso que arrastró a los ricos hombres a la confederación y liga que se hizo en Alagon; con este motivo el Rey se volvió a Teruel, partió para Zaragoza, y dada orden para prender a Ahones, este al huir, fue matado de una lanzada.

Era la esposa del conserje, que se había agregado poco antes al grupo de mujeres. ¡No vaya, señor! gritó, cortándole el paso . Lo han matado... acaban de fusilarle. Don Marcelo quedó inmóvil por la sorpresa. ¡Fusilado!... ¿Y la palabra del general?... Corrió hacia el castillo sin darse cuenta de lo que hacía, y se vió de pronto en el salón. Su Excelencia continuaba ante el piano.

Reconoció al punto el jamelgo de Celesto. ¡Canario! ¿Qué habrá sucedido? ¡Si lo habrá matado! Y a toda prisa dio la vuelta y bajó hacia el sitio donde lo dejara. Celesto se encontraba en situación apuradísima.

La primera casa que se hizo en Teruel fue la que tiene dos arcos en la plaza del Mercado, propia del Escribano D. Juan Dolz. En 1336 enterraron vivo en Teruel a D. García de la Foz por haber matado traidoramente a un compañero suyo. En 1364, día de San Marcos, fue la toma de Teruel por los Castellanos reinando D. Pedro IV en Aragón, y D. Pedro el Cruel en Castilla.

Un viejo papú, de alta estatura, con la cabeza adornada de plumas de aves del paraíso, y liada a la cintura una banda de tela que le caía por delante, se acercó al Capitán y le dijo en lengua malaya: ¿Dónde está mi hijo? ¿Tu hijo? exclamó Van-Stael . ¡No quién es! Había venido aquí para matar al jefe de los arfakis. No lo he visto. ¡Mientes! gritó el papú . ¡ lo has matado!

¡Qué testarudo! exclamó el Capitán, impaciente. ¡Te he dicho que no somos enemigos tuyos! Todos los hombres de tu raza son enemigos míos. Otros, ; nosotros, no. Es igual; todos sois lo mismo. ¡Pero si yo no he visto a tu hijo! Lo habrán matado los arfakis, tus aliados. ¡Eres un canalla! Soy Uri-Utanate. ¡Un pillo! gritó el Capitán exasperado. ¡Calla, hombre blanco! ¡No tengo miedo a los tuyos!

Este, pensando que era una recriminación, se apresuró a contestar: Yo no pensé que tu padre llevase las cosas a tal extremo... Me han dicho que por poco te mata ayer... No haga caso: me pegó algo más que otras veces. Y después de una pausa añadió con amargura: ¡Ojalá me hubiese matado! ¿Quisieras morir? preguntó él conmovido. repuso ella firmemente.

Flimnap, después de muchas preguntas, sacó la conclusión de que el gigante no había matado á ninguno de los que consideraba sus enemigos. Felizmente para éstos, su pequeñez les había hecho escapar del único golpe que el gigante tiró con su árbol contra el grupo de policías.

Súpose, pues, por él, que don Baltasar de Peralta había perseguido rudamente a doña Guiomar, que le desdeñaba, y la justicia tuvo que contentarse con esto, y con no encontrar en las resultas otra cosa sino que la muerte de doña Guiomar había sido a causa de don Baltasar de Peralta, si es que no había sido por su propia mano, quedándose la justicia sin saber quién había matado a don Baltasar, ni cómo y por qué había sido su muerte.