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Perdonad, señor, de antemano, lo que voy á decir á vuecencia, porque mi lealtad no me permite guardar por más tiempo silencio. ¡Crees !... Creo que puede sucederos peor que perder la gracia del rey. ¿Peor? Podéis ser procesado. ¡Procesado! exclamó con orgullo el duque.

El calor de la chicha, que tenia alterado á Pagador, le hizo facilitar el asesinato que despues egecutaron, tratándolo con D. Nicolas de Herrera, sugeto muchas veces procesado por ladrón público y salteador de caminos.

Su censo parroquial registró 541 bautizos, 133 casamientos, y 160 inhumaciones. Asisten á las escuelas 160 niños, no hablando ninguno el español. Hay radicados 2 europeos y 36 chinos. Su criminalidad la define un procesado. De Gubat á Casiguran hay 21 km. de mediano camino, encontrándose en el comedio de aquel la visita de San Juan. Confina con Juban, Bulusan, Gubat y el Estrecho.

Solo 15 niños entienden algo el español de los 245 de ambos sexos que concurren á las escuelas. Hay radicados 2 europeos y 45 chinos. La estadística criminal solo registra un procesado.

Se dice, y todos están conformes en ello, que el padre Gil llevaba a su hija de confesión a un convento de Carmelitas en Astudillo. Pues bien, excelentísimo señor... en Astudillo no hay convento de Carmelitas. ¿Quiere más el tribunal? El discurso fue corto y contundente. Al terminar se sintió un murmullo aprobador, de mal agüero para el procesado.

¡No conteste usted a esa pregunta! se apresuró a decir el presidente. Está bien expresó el defensor. ¿No es igualmente exacto que la testigo detestaba a todas las hijas de confesión del procesado, estableciendo con ellas una suerte de rivalidad? No conteste usted tampoco. Esa pregunta es tan impertinente como la otra.

Pero, como era de prever, tampoco esa vez supo guardar mesura. En Francia, en Holanda, en Alemania, en Inglaterra buscó a los jefes del partido nihilista y anarquista, dio cuanto pudo de sus fuerzas y toda su actividad personal a la propaganda, se mezcló en nuevas conjuraciones que produjeron sangrientos efectos, y fue nuevamente procesado y condenado a muerte.

Hizo un gesto de conmiseración y respondió muy despacio: Amigo mío, no caigamos en las complicaciones novelescas. ¿Como quiere usted hacer admitir á un perro viejo de los tribunales, como yo, que un juez de instrucción haya podido enviar á la Audiencia un procesado si no se hubiera cometido un crimen? ¿Olvida usted que he visto la causa, el acta de defunción, la diligencia de confrontación, el interrogatorio del acusado, que no negó estar en presencia del cadáver de su querida, y, en fin, todo, todo... ¡Vamos á ver!

Si quisiera discutir, respondió Tragomer, lo haría acaso con más facilidad de lo que usted cree. Pero ¿para qué? No haríamos más que cambiar vanas palabras. Aunque yo le adujese argumentos aceptables, usted no los aceptaría. Lo que hace falta es traer la prueba de que Lea Peralli existe. Lo importante es anunciar á Jacobo que la que creía muerta está viva. Porque observe usted que él la cree muerta bajo la fe de vuestras afirmaciones. El procesado no dudó de vuestras pruebas. Le enseñaron una mujer desfigurada que tenía la estatura, el pelo, los vestidos y las sortijas de Lea Peralli, y aterrado por la angustia, cegado por el dolor, dirigió apenas una mirada de espanto á la víctima extendida en la horrible losa del depósito de cadáveres. Volvió la cabeza y asintió á todo lo que se le afirmaba. ¿Cómo podía negar la evidencia? Lea, asesinada en su casa, ¿podía ser otra que Lea?

El abogado acusador era un joven flaco, de barba negra, ojos pequeños insolentes, y muy sobre en todos los ademanes. Figuraba como jefe de los republicanos federales de Lancia y dirigía el periódico que éstos publicaban. Su odio al clero era proverbial en la población. Había tenido varios choques por este motivo, uno de ellos con el obispo: estuvo procesado por injurias a la religión.