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Mario no fumó otra vez en dos días. En su semblante no se traslució, sin embargo, ningún malestar. Su esposa le miraba con el rabillo del ojo haciendo esfuerzos por reprimir las lágrimas. Pero al pasar por delante del cuarto de su padre vio las llaves puestas en el cajón de la cómoda.

Gracias al orden y economía de su fiel esposa podían vivir cómoda y decorosamente. A los quince días de entrar en la casa ya nuestro joven escultor ardía en deseos de formar parte integrante de la familia.

¿Habéis cerrado ya, doña Juana? dijo el rey, después que hubo removido á su placer el brasero y colocádose en la posición más cómoda que pudo. , señor. ¿Es decir, que no puede escucharnos nadie? Nadie, señor. Sentáos. Sentóse la duquesa, pero en una actitud respetuosa y á corta distancia del rey.

Ahora va a tratar de confinarla en un convento hasta que se case, si es que no toma allí el velo. Por muy escéptico que sea, estoy seguro de que aceptaría con gusto esa solución, la más cómoda y la más secreta de todas. Sirviéronnos el almuerzo en una mesita volante, al lado del sillón del enfermo, y aquello pareció una comidita de niños.

El mahometismo desarrollado ha ofrecido al mundo como legítimo producto la mas refinada voluptuosidad; el cristianismo, vuelto á sus genuinas aspiraciones despues de la breve escursion que sus malos intérpretes han hecho por el dominio gentílico, proclama por la voz de los penitentes y contritos que la perfeccion de la vida solo se encuentra en la ley del sacrificio, de la caridad y de la propia abnegacion. ¡Guerra implacable, pues, á los que condenan la cómoda religion del Profeta! ¿Qué mayor honor, qué mayor obsequio puede tributarse á la Ley escrita en las portadas y columnatas de la gran mezquita, que inmolar á su ciego acatamiento á todo el que la desobedezca, ridiculice ó contradiga? ¡Compareced á nuestra vista, sombras augustas y queridas de tantos mártires incontaminados: desfilad, santos y puros sacerdotes, nobles mancebos, vírgenes bellas y pudorosas que componeis la sagrada hueste de víctimas á quienes hoy la Iglesia de España tributa agradecido culto; deslizaos como leve legion de espíritus por entre esas crepusculares naves que fueron un tiempo teatro de vuestra generosa y heróica confesion, y podamos al menos con el dolor y la compasion de ver correr vuestra inmaculada sangre bajo el hierro de los verdugos, fortalecernos contra la seduccion que hizo sucumbir á los que fueron indignos hermanos vuestros en la fastuosa corte de ese sultan! ¡Ah! mientras vosotros recibís en el tribunal del Cadí la terrible sentencia; mientras entregais á los sayones ya vuestros piés y manos para que os sean cortados, ya vuestras cervices para morir de un solo golpe, ya vuestras espaldas para que con crueles azotes os las destrocen; mientras gemís en tenebrosas cárceles y derramais lágrimas más sobre la apostasía de vuestros hermanos que sobre vuestros propios hierros, la gran corte de los Umeyas se entrega placentera al flujo de las mundanas prosperidades, y viento en popa navega la nave del Estado cordobés hácia el ansiado puerto de la paz, de la bienandanza y de los placeres.

Si el acaso no nos hubiese traído á vivir en la misma población, ó si Clara no hubiese sido amiga de Lucía, aunque en la misma población viviésemos, su interés de V., su amor paternal, sus deberes imperiosos, confiéselo V., dormirían tranquilos en el fondo de esa envidiable y harto cómoda conciencia. Justo es que me moteje V. No debo defenderme. Confieso mi culpa.

Bastaria, sin embargo, para hacer cesar desde luego la triste servidumbre de los indios, en entablar la navegacion de barcas; mas, para que la construccion de estas fuese cómoda y no costosa, seria menester que el Gobierno hiciese venir de Europa hombres inteligentes en el arte, á fin de que, economizando gastos inútiles, pudiesen dirigir á los indígenas en la construccion, en el armamento y en la manera de servirse de tales embarcaciones.

Y que en esto caigan, no personas de poco más o menos, sino señores de nacimiento, de rango, señores que...». Detúvose y, reflexivo, contó un montículo de pañuelos de narices que sobre la cómoda reposaba. «Cuatro, seis, siete.... Pues yo tenía una docena, todos marcados.... Pierden aquí la ropa bastante...». Volvió a contar.

Esta explicacion es cómoda, pero tiene el defecto de que no puede resistir al exámen filosófico, como se ha demostrado en los capítulos anteriores; y así es menester apelar á consideraciones de otra especie.

Si no, ¿qué significa el papelito de apuntes que sorprendí el otro día sobre la cómoda de mi tía, y en el cual, pasando al descuido la vista, distinguí este renglón que decía: Corresponden a F. 1.252 reales? F. quiere decir ella. Luego hay comunicación entre mi tía y ella, y como esta comunicación no es postal, resulta claro, como la luz del día, que reside en Madrid».