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He estado haciendo ciertas averiguaciones. ¿Y qué ha descubierto? Varios datos que tienden más bien a aumentar que a aclarar el misterio que rodeaba a su pobre padre. Noté que su rostro estaba más pálido que cuando me había ausentado de Londres, y que parecía enervada y extrañamente ansiosa.

Se presentaba andrajoso y cabizbajo, y la veía en un sillón, cada vez más pálida y flaca, con una transparencia de cera y los ojos extrañamente agrandados. Sabía un poco de todo, y no se le ocultaba la gravedad de su mal.

Las casas no son más que unas cabañas de paja dentro de los bosques, una junto á otra sin algún orden ó distinción; y la puerta es tan baja que sólo se puede entrar á gatas, causa porque los españoles les dieran el nombre de Chiquitos; y ellos no dan otra razón de tener así las casas sino que lo hacen por librarse del enfado y molestia que les causan las moscas y mosquitos, de que abunda extrañamente el país en tiempo de lluvias, y también porque sus enemigos no tengan por donde flecharlos de noche, lo cual sería inevitable si fuese grande la puerta; fuera de ésta, no tienen otro ajuar que una estera bien débil que al más leve soplo del aire se cae.

¡Que no se sienten juntos: que yo no lo vea! Y con los labios apoyados sobre el puño cerrado, quedó dormida en un sillón cerca de la ventana, sombreándole extrañamente el rostro, al agitarse movida por el aire, la cabellera negra. ¿A quién vio la mañana siguiente Lucía, sentado en el colgadizo, con Sol y con Ana? Venía con paso lento, y como si no hubiera querido venir.

¡! respondía el otro, mirando a Pomerantzev con sus grandes ojos tristes y extrañamente profundos. ¿No abren? No respondía el enfermo. Su voz era débil, suave, como un eco, y tan extrañamente profunda como sus ojos. ¡Déjeme usted, voy a abrir! decía Pomerantzev. Y empezaba a empujar la puerta, a forzar la cerradura; pero la puerta no cedía.

Gracias a aquella parálisis, muy real, experimentaba una sensación general de gran dolor, pero no pensaba en ello. El primer espejo al cual me miré, me puso de manifiesto la faz extrañamente demudada de un fantasma, algo parecido a que apenas podía reconocer. Magdalena no acudió al comedor y me era casi indiferente que estuviera en él o en otra parte.

A la primera platica que se propuso, comenzaron todos á quexarse de él; pero como hasta entonces no habia tenido hombre que le osáse contradecir, ni que descubiertamente se le atreviese, alborotóse extrañamente y con el rostro ayrado, y palabras muy pesadas, los quiso atropellar como solia.

Si se examinan los dramas de esos poetas del azar, que imaginaban imitar á Calderón, se nota en ellos la forma española extrañamente destrozada, y en vez de los romances y redondillas, rigurosamente simétricas, armoniosas y llenas de gracia, tropezamos con semitroqueos abundantes en hiatos, que nos desagradan, en los cuales, tan pronto aparece una rima como desaparece por completo; en vez de ese lujo de imágenes, flores naturales del talento poético, frases baladíes y sin sentido, tan parecidas á aquéllas como lo es una caja de música á una sinfonía de Beethoven: y esto pasando por alto lo mucho que pudiera decirse del fondo y de la tendencia de estas producciones manuales.

El otro, con la cabeza gris y el bigote extrañamente rubio, pequeño de cuerpo y de un perfil aquilino, se decía francés y vivía en París; pero hablaba el alemán con tanta soltura y estaba tan habituado a los usos germánicos, que los del buque, creyéndolo compatriota, habían colocado ante su cubierto la bandera del Imperio.

Sus reflejos son singulares y á menudo extrañamente iríseos, por ejemplo, sobre las escamas de los peces y sobre los moluscos, que al parecer reciben por ese medio toda la ostentación de sus nacaradas conchas. Es lo que más llama la atención del niño que por primera vez ve un pescado. A me sucedió esto siendo muy pequeño, aunque recuerdo como ahora la impresión que me produjo.