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Es indudable que medio cerró los ojos para verse no sabemos con qué grado de luz, y que recogió después los labios, mostrando á la curiosidad insaciable del cristal lisonjero las dos blancas y nacaradas filas de sus hermosos dientes. Este fenómeno nos ha obligado á trabajar mucho para descifrar ciertos misterios, cuyo conocimiento es necesario para la continuación de esta historia.

Si entendemos por carne la sustancia organizada y viviente de que se vale el Artífice supremo para revestir de forma sensible su idea, haciendo patente la hermosura, ya por operación de naturaleza, ya por intervención de la voluntad y del entendimiento humanos, que pulen, acicalan y asean lo que naturaleza preparó y dispuso cual primitivo bosquejo, declaro que el Himno á la carne me parece muy bien, prescindiendo del título, porque ni las nubes nacaradas, ni la cándida luna, ni el sol, ni las flores, ni los verdes bosques, ni los lozanos verjeles, ni nada de cuanto he visto y veo por esos mundos, es más hermoso que una mujer aseada y hermosa.

En medio de este rayo de luz estaba una mujer erguida, esbelta, sonrosada, vestida con un hermoso traje de soirée, las nacaradas espaldas surgiendo de entre nubes de blondas, y el pecho y la cabeza deslumbrantes con el centelleo de las joyas. Luis retrocedió asombrado, protestando de la farsa. ¿Aquella era la enferma? ¿Le habían llamado para insultarle?

Durante media hora desfilaron por el vulgar ambiente del salón imágenes de enormes pagodas de techos superpuestos, vibrantes á la brisa, como un arpa, con sus filas de campanillas; ídolos monstruosos tallados en oro, en bronce ó en marfil; casas de papel, tronos de bambú, muebles de nacaradas incrustaciones, biombos con filas de cigüeñas volantes.

Todo era luz en aquella criatura: un rayo de sol de primavera sobre un vaso de cristal lleno de rosas y azucenas; luz de las glorias de Murillo, henchidas de ángeles con cabelleras de oro y blancas alitas transparentes; luz irradiaban sus ojos azules; luz sus mejillas nacaradas; luz sus rizadas guedejas rubias; luz los húmedos corales de sus labios sonrientes; luz las mutiladas palabras de su fresca boca; luz el argentino timbre de su voz infantil; y una aureola de luz del amanecer de un día de mayo era la indescriptible expresión de angélica inocencia, de dulce ingenuidad que resultaba del conjunto de todas las perfecciones de aquella cabeza, colocada sobre un cuerpecito que parecía delineado por las hadas de los cuentos orientales.

Presentación, cansada de hacer víctimas en el comercio, sintió el encanto de aquel estilo florido, y le amó. D.ª Carolina se inflamó casi al mismo tiempo de amor maternal hacia él. Las relaciones de Godofredo siguieron las mismas etapas que las de Mario. Fue presentado en el café. ¡Qué rubor tiñó sus mejillas nacaradas!

Recuerdo también un octante antiguo muy grande y muy pesado, de cobre, con la escala para marcar los grados, de hueso. Sobre la consola solían estar dos cajas de de la China, una copa tallada en un coco y varios caracoles grandes, de esos del mar de las Indias, con sus volutas nacaradas, que uno creía que guardaban dentro un eco del ruido de las olas.

¡La campana de don Miguel! repitió una voz junto a Ojeda .Hay que tener resolución... ¡Arriba! Y entre el revoloteo de las cubiertas repelidas, pasó sobre él un cuerpo de satinados y firmes contactos. La vio de pie ante la chimenea, envuelta en fulgores de horno que inflamaban con tono arrebolado las nacaradas blancuras de su desnudez.

Sus reflejos son singulares y á menudo extrañamente iríseos, por ejemplo, sobre las escamas de los peces y sobre los moluscos, que al parecer reciben por ese medio toda la ostentación de sus nacaradas conchas. Es lo que más llama la atención del niño que por primera vez ve un pescado. A me sucedió esto siendo muy pequeño, aunque recuerdo como ahora la impresión que me produjo.

En el cénit cúmulos níveos flecados de plata; celajes de tul; girones de gasa incendiados por la luz poniente; retales de brocado que ardían enrojecidos; cintas nacaradas; aves de fuego; serpientes de gualda que se retorcían y se alargaban; esquifes con velas de encaje, que bogaban como cisnes en el inmenso zafirino piélago.