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Benedicta sabía que el ingrato la había abandonado para casarse con la hija de un rico minero; y desde entonces juró en Dios y en su ánima vivir para la venganza. Al encontrarse aquella noche con Aquilino y acordarle una cita, la fecunda imaginación de la mujer trazó rápidamente su plan.

Don Lorenzo, don Agapito, don Pancho, don Aquilino, don Germán y don Justo, eran indianos, esto es, gente a quien sus padres habían enviado a América de niños a ganarse la vida y habían vuelto entre los cincuenta y sesenta años con un capital que variaba de treinta a cien mil duros. Había de éstos más de cincuenta en Sarrió.

Dejad de revolcaros en el fango de la concupiscencia y de la imprevisión, y seguidme a la capilla, que Jesús nos espera, con los brazos abiertos y tendidos. No sin echar antes una melancólica mirada al fondo desierto de sus respectivos cuadros, todos siguieron al fraile, como dominados por su ojo aquilino.

El otro, con la cabeza gris y el bigote extrañamente rubio, pequeño de cuerpo y de un perfil aquilino, se decía francés y vivía en París; pero hablaba el alemán con tanta soltura y estaba tan habituado a los usos germánicos, que los del buque, creyéndolo compatriota, habían colocado ante su cubierto la bandera del Imperio.

Benedicta y Aquilino se dieron tanta prisa que, medio año después de la escapatoria, hastiado el galán se despidió a la francesa, esto es, sin decir abur y ahí queda el queso para que se lo almuercen los ratones, y fué a dar con su humanidad en el Cerro de Pasco, mineral boyante a la sazón.

Ayer fundaste reinos por medio de la espada. Hoy vuelves a ganarlos por medio de la lira. En la extensión del tiempo aquel sueño aquilino que presidió las hoestes del Quinto de los Cárlos, en forma renovada, prosigue su camino. Si a pueblos de tu raza no intentas sojuzgarlos, sus rumbos enderezas hacia un común destino.

Iban desfilando las banderas de los diversos pueblos con todas las tintas del iris, y detrás de ellas los rusos, de ojos claros y místicos; los ingleses, con la cabeza descubierta, entonando cánticos de religiosa gravedad; los griegos y rumanos, de perfil aquilino; los escandinavos, blancos y rojos; los americanos del Norte, con la ruidosidad de un entusiasmo algo pueril; los hebreos sin patria, amigos del país de las revoluciones igualitarias; los italianos, arrogantes como un coro de tenores heroicos; los españoles y sudamericanos, incansables en sus vítores.

Vieron también la gran plaza de la colonia con sus edificios nuevos, y en ella á don Carlos Rojas, que parecía haberse empequeñecido con la edad, ofreciendo su rostro un perfil cada vez más aquilino y enjuto. Tenía el gesto autoritario y bondadoso de los antiguos patriarcas, al escuchar á hombres y mujeres.

No parecía sino que la naturaleza tomaba su parte de complicidad en el crimen. Entreabrióse el postigo de la casa, y por él salió cautelosamente Fortunato, llevando al hombro, cosido en una manta, el cadáver de Aquilino. Benedicta lo seguía, y mientras con una mano lo ayudaba a sostener el peso, con la otra, armada de una aguja con hilo grueso, cosía la manta a la casaca del joven.

Mañana mismo te llevo a confesar con don Aquilino. Bueno, dale memorias a don Aquilino. ¡Espera, espera, grandísima picara! gritó la señora haciendo ademán de levantarse para castigar a su hija. Pero en aquel instante aparecía en la puerta la figura de don Rosendo con bata multicolor y gorro de terciopelo con borla de seda. ¿Qué pasa? preguntó sorprendido viendo la actitud airada de su esposa.