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Cuando faltaban estos viajes fuera de las rutas ordinarias, Mare nostrum hacía rumbo á América, resignándose á luchar en baratura con ingleses y escandinavos, que son los arrieros del Océano.

Habia entonces en Sevilla un valí orgulloso y fiero que no reconocia otra autoridad que la de Dios y su Profeta, que no se arredraba ante ninguno de sus enemigos, que como los reyes escandinavos gustaba de beber en el cráneo de los que habia vencido en el campo de batalla.

Para los europeos, el lugar de maravillas fue Bagdad, la de Las mil noches y una noches; en cambio, en mis viajes por Oriente, he visto a judíos y mahometanos suponer tesoros y magias en la antigua Toledo. Cuando los poetas del Sur imaginan algo prodigioso, sitúan el escenario en las fortalezas del Rhin o los fiordos escandinavos.

En este lado, a partir del fumadero, se encontraba «el rincón de las cocotas»; luego, «la sección cómica», o sea, los numerosos sillones de los cantantes masculinos y femeninos de la compañía de opereta; «la gallegada», donde se juntaban los españoles; y el grupo de «la gringada», mucho más numeroso, compuesto de comisionistas alemanes que pensaban penetrar con su muestrario hasta el corazón de América; relojeros suizos, de aspecto bonancible, pero prontos a irritarse con una cólera fría que tardaba mucho en disolverse; pequeños negociantes británicos; agricultores escandinavos establecidos en el extremo Sur; rubias alemanas que iban en busca de sus maridos, y los ganaderos norteamericanos, que al caer la tarde estaban ya medio ebrios.

Iban desfilando las banderas de los diversos pueblos con todas las tintas del iris, y detrás de ellas los rusos, de ojos claros y místicos; los ingleses, con la cabeza descubierta, entonando cánticos de religiosa gravedad; los griegos y rumanos, de perfil aquilino; los escandinavos, blancos y rojos; los americanos del Norte, con la ruidosidad de un entusiasmo algo pueril; los hebreos sin patria, amigos del país de las revoluciones igualitarias; los italianos, arrogantes como un coro de tenores heroicos; los españoles y sudamericanos, incansables en sus vítores.

Los cronistas de la Edad Media hablaban también del pulpo gigante, que en más de una ocasión había arrebatado á hombres, de las cubiertas de las naos, con sus brazos de serpiente. Los navegantes escandinavos, que lo habían entrevisto en sus fiords, le apodaban el kraken, exagerando sus proporciones hasta convertirlo en un ser fabuloso.

Con la botella de Jerez se recibe al amigo en Inglaterra, con la botella de Jerez se obsequia al convaleciente en los países escandinavos, y restauran en la India los soldados ingleses sus fuerzas agotadas por la fiebre.