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Maravillas y primores de la cocina casera comió Anita en cuanto el estómago pudo tolerarlas. Doña Águeda con unos ojos dulzones, inútilmente grandes, que nadie había querido para , miraba extasiada a la convaleciente que iba engordando a ojos vistas, según las de Ozores.

Ponte no quiso ser menos: la galantería le obligaba a no acostarse mientras su amiga y protectora estuviese en vela, y para conciliar las obligaciones de caballero con su fatiga de convaleciente, descabezó un par de sueñecitos en una silla.

Ahora ya estás mejor, como acabas de oír de labios de tu padre, y tu doncella y la señora Braun y Amaury bastarán para cuidarte. Creo que no necesita más un convaleciente. Mientras tanto yo iré allí, prepararé tu cuarto, cuidaré tus flores, arreglaré tus invernaderos; en fin, pondré todo en orden y verás como cuando llegues lo encuentras a medida de tus deseos.

Si aventuraba una fuerte suma en una partida de écarté, nadie tenía el derecho, es verdad, de llamarle a la razón, pero por lo menos había de escuchar las advertencias de los compañeros. Todos le conocían y se interesaban por él como por un convaleciente. Un jugador se conduce como un hombre juicioso o como un loco, según que sea incitado o contenido por los que le rodean.

«¡Una infamia! pensó Miguel . Calumnias de mujeres, que repite este imbécil por odio sexualComprendía que Alicia se sintiese interesada por aquel convaleciente. Su juventud y su uniforme le recordaban al otro. Además estaba solo en el mundo, era un extranjero, un residuo de la guerra que todos consideraban fatalmente condenado á muerte.

Debía saber toda la verdad; y si no la sabía, se la avisaba su instinto de madre viendo á Ulises convaleciente, enflaquecido, vacilando entre la arrogancia y el quebranto físico, lo mismo que los bravos cuando salían de la cámara del tormento. ¡Oh, hijo mío!... ¡Hasta cuándo!...

Germana tendió los brazos a su marido, se los anudó alrededor del cuello, le atrajo hacia y colocó dulcemente su boca sobre sus labios. Pero la emoción de este primer beso fue más fuerte que la pobre convaleciente. Sus ojos se velaron y todo su cuerpo desfalleció. Cuando se sintió algo más repuesta se dirigió a la casa del brazo de su marido.

Desalentado nuevamente, pensó: ¿Para qué? María Teresa no me ama, y yo no puedo modificar su corazón. La última vez que había visto a la joven fue en la estación del ferrocarril de Saint-Lazare. Cinco semanas hacía que los Aubry habían partido para Etretat, por haber aconsejado el médico que el convaleciente tomase los aires del mar.

Su brazo parecía pensar; sus piernas veían el peligro, burlándose con su rebelión de las exigencias de la voluntad. Además, el público, reaccionando ante el insulto, vino en su ayuda e impuso silencio. ¡Tratar así a un hombre que estaba convaleciente de una cogida grave!... ¡Esto era indigno de la plaza de Sevilla! ¡A ver si había decencia!

De pronto cree comprender: lo llaman porque el señor Aubry, estando aún convaleciente, no puede ocuparse de las formalidades del casamiento; lo esperan para encargarle la práctica de estas diligencias. He ahí por qué debe dejarlo todo y acudir apresuradamente; esta razón de su viaje le parece tan simple, que se sorprende de que no se le haya ocurrido antes.