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Nunca hubo hombre colocado en mejores condiciones para cumplir debidamente las exigencias de su sagrado ministerio.

Dormíase muchas veces vencida por la fatiga, y despertaba al sentir en sus ojos la violenta impresión de la luz. Isidro, con aire fatigado, desnudábase junto al lecho. ¿Qué hora era? Las tres; las cuatro. El joven excusaba su retraso hablando de los deberes que pesan sobre un escritor, de las exigencias del oficio.

En realidad la designación de esas tierras había de satisfacer por completo a las mayores exigencias de los usuarios, sin perjudicar en nada al Tesoro, y Delaberge se dijo a mismo que por ese lado había de ser fácil encontrar una fórmula de transacción.

Su apoderado de Sevilla andaba loco, asediado por cartas y telegramas, no sabiendo cómo armonizar tanta petición de contratas con las exigencias del tiempo. La tarde anterior había toreado en Ciudad Real, y vestido aún con el traje de luces metiose en el tren, para llegar por la mañana a Madrid.

¿Qué importa que quede el fondo, siempre que no haya al exterior ni mal humor ni exigencias? Bueno es, por el contrario, que las muchachas tengan principios; así es más probable que sean mujeres honradas. Lacante estaba reflexionando.

Para que el clérigo le dejase en paz y no le cansase más con sus sermones sosos y desprovistos de vida, de unción, don Víctor fingió ceder; y dijo que no haría ningún disparate, que meditaría, que procuraría armonizar las exigencias de su honor y aquello que la religión le pedía.... Entonces se alarmó don Fermín; creyó que había perdido terreno, y volvió a la carga.

Olvidáronse á poco las mejores piezas, escritas en diverso estilo, que se habían admirado antes, y su brillo quedó obscurecido por el aplauso que se tributó á las nuevas, viéndose obligados los que intentaban adquirir ó sostener fama de autores dramáticos, á seguir la moda de la época y ceder á las exigencias del público.

A más de esto, le asediaba el partido con sus exigencias de disciplina, gozaba del afecto del jefe, a cuya tertulia no le era lícito faltar, y tenía que ocuparse de la educación de sus hijos, dos muchachos irreprochables, que profesaban las ideas sanas de su padre y merecían los elogios de sus antiguos maestros, los buenos sacerdotes de la Compañía.

Es evidente que el órden fenomenal, aunque distinto del real, está sin embargo ligado con él y depende del mismo, por leyes constantes: si suponemos que no hay un paralelismo entre la realidad y el fenómeno, y que en aquella no hay todas las condiciones necesarias para satisfacer las exigencias de este, no habrá ninguna razon porque los fenómenos estén sometidos á leyes constantes, y no suframos en nuestra experiencia perturbaciones continuas.

Hasta para menos elevadas exigencias y para más vulgares satisfacciones es la religión un venero inagotable. Casi todo honesto mujeril pasatiempo se funda en la religión.