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En éstas y otras meditaciones por el estilo transcurrieron las horas hasta que dieron las tres, y D. Pedro, que acababa de volver del campo, entró en el cuarto de su hijo para llamarle a comer. La alegre cordialidad del padre, sus chistes, sus muestras de afecto, no pudieron sacar a D. Luis de la melancolía ni abrirle el apetito. Apenas comió, apenas habló en la mesa.

Ni al día siguiente ni en otros tres pareció por el molino. Su desabrimiento en parte era verdadero, en parte fingido. Conveníale saber si Rosa sentía por él algún interés o simpatía, y ningún medio mejor para averiguarlo. Ocho días determinó pasar sin visitarla; pero al quinto ya no pudo contener su impaciencia: así que comió, lanzose al campo con la escopeta al hombro, resuelto a ver a Rosa.

El heredero, su hijo Martín, se comió en dos años la mitad de la herencia, y con la otra mitad pretendió en lejanas tierras a una supuesta ricachona, que resultó pobre del todo después de casada, pero muy vanidosa. Vive ella y se murió él; y con lo poco que dejó, bien estiradito y apurado, se dan el gran pisto las tres hembras de la casa.

Maravillas y primores de la cocina casera comió Anita en cuanto el estómago pudo tolerarlas. Doña Águeda con unos ojos dulzones, inútilmente grandes, que nadie había querido para , miraba extasiada a la convaleciente que iba engordando a ojos vistas, según las de Ozores.

Salió descalza de la alcoba, cogió el devocionario que estaba sobre el tocador y corrió a su lecho. Se acostó, acercó la luz y se puso a leer con la cabeza hundida en las almohadas. Si comió carne, volvieron a ver sus ojos cargados de sueño; pero pasó adelante. Una, dos, tres hojas... leía sin saber qué. Por fin, se detuvo en un renglón que decía: «Los parajes por donde anduvo...».

Probaré, señora maga, probaré dijo Loppi, suspirando. Como una ardilla, como una paloma, como un cordero estuvo al otro día en la mesa Masicas, que comió sopa dos veces, y tocino tres, y luego abrazó a Loppi, y lo llamó: «Loppi de mi corazón».

A diéronme la vida unas mujercillas hilanderas de algodón, que hacían bonetes y vivían par de nosotros, con las cuales yo tuve vecindad y conocimiento; que de la laceria que les traían, me daban alguna cosilla, con la cual muy pasado me pasaba. Y no tenía tanta lástima de , como del lastimado de mi amo, que en ocho días maldito el bocado que comió.

Al día siguiente el cura continuaba taciturno y encrespado, meditando feroces venganzas: el apretón del día anterior hacía rebasar la copa, y sentía la necesidad de dar cualquier desahogo a su odio. Mientras duraron las clases se mantuvo grave, y sosegado: actitud digna del que piensa jugar la vida a las pocas horas: comió poco y sin hablar palabra.

Desde hoy... te hablaré de . Desnoyers no llegó á comprender qué recompensa podía significar este tuteo. ¡Era tan raro aquel hombre!... Algunas consideraciones personales vinieron, sin embargo, á mejorar su estado. No comió más en el edificio donde estaba instalada la administración. El dueño exigió imperativamente que en adelante ocupase un sitio en su propia mesa.

12 Si el mal se endulzó en su boca, si lo ocultaba debajo de su lengua; 13 si le parecía bien, y no lo dejaba, sino que lo detenía entre su paladar; 15 Comió haciendas, mas las vomitará; de su vientre las sacará Dios. 16 Veneno de áspides chupará; lo matará lengua de víbora. 17 No verá los arroyos, las riberas de los ríos de miel y de manteca.