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LIEBRE A LA CASERA. Después de quitada la piel y vaciada guardando aparte la sangre, se adoba con ajo y sal dos horas; luego se frota cada trozo con un paño limpio y se fríen; se agrega perejil, cebolla, un poco de pimienta inglesa, un poco de laurel y el caldo necesario. Cuando está hecha se pasa la salsa, se espesa con yema de huevo y se echa zumo de limón.

La casera y el administrador cotorrearon otro poco, y el resultado de esta nueva conferencia fue que Rossini volvió a subir presuroso y a tener otra hocicada con Segunda en la puerta. «Dígame usted, ¿está durmiendo ahora? ¿Y el niño mama o no mama?» «Pues ahora están los dos callados... Paice que duermen». «Pues silencio.

Maravillas y primores de la cocina casera comió Anita en cuanto el estómago pudo tolerarlas. Doña Águeda con unos ojos dulzones, inútilmente grandes, que nadie había querido para , miraba extasiada a la convaleciente que iba engordando a ojos vistas, según las de Ozores.

Conchita era menos bondadosa, y pasaba con manifiesta hostilidad entre los grupos que obstruían este pedazo de cubierta perteneciente a todos. Las damas vestidas por los grandes modistos de París tenían miradas de burlona conmiseración para sus trajes de gusto madrileño y manufactura casera.

Con la cocina, con el guiso diario, hay muy distinto proceder. Una señora cuidadosa y casera tendrá cuenta con lo que se guisa, irá a la despensa, dará órdenes: pero el verdadero guisar queda enteramente al cuidado de la cocinera. De aquí lo decaído del arte. La cocina cordobesa fue, sin duda, original y grande.

Extendió la mano, y con la otra mostraba el bastón, como si fuera un bastón de autoridad. «¡Doña Guillermina mi casera! dijo Fortunata, pensativa, entregando el dinero . Pues a ella le voy a pedir que me haga las obras. Es amiga mía». ¡Qué ha de ser amiga de usted... qué ha de ser! replicó Estupiñá con sarcasmo . Y si quiere usted verla furiosa, háblele de obras que no sean las del asilo.

Mientras tanto, Fritz y la casera acudían al caído en el momento en que, desembarazándose este del waterproof que le envolvía y sentándose en el suelo, dejaba ver la granujienta faz de Diógenes, azorada, reflejando todavía la colosal borrachera que se había tomado la víspera, mirando a todas partes con aire de extrañeza, sin acertar a explicarse cómo, habiéndose dormido en lo alto de una banqueta del mail-coach, despertaba sentado en el suelo en mitad de un camino.

Los que oían a don Álvaro se figuraban presenciar aquellas escenas de amistad íntima, tranquilas, dulces, llenas de expansión y confianza; en el rostro del seductor, en sus ademanes, en las sonrisas, en la voz, se reflejaban, por virtud del recuerdo, la bondad suave, el aire bonachón y entrañable, la franqueza sencilla, noble, familiar, la habilidad casera, todas las artes y cualidades que hacían vencer a Mesía en lides tales.

Y que la moza no se andaba en chiquitas: su fecundidad no era inferior a su disposición casera, porque en el primer parto se trajo dos gemelos. No hubo más remedio que poner ama, y una boca más en la casa obligó a duplicar los movimientos de la Singer y las correrías de Antoñito por las calles de Madrid.

La mesa estaba cubierta con un mantel de granillo, con lista roja en el borde, y sobre su dudosa blancura de lejía casera destacaban cinco platos y otros tantos cubiertos con sus panes: bizcochada para doña Manuela, que tenía pocos dientes, panecillos bajos para Pepe, Leocadia y Millán, y para don José rosca muy cocida, pues el viejo hacía alarde del poder de sus mandíbulas, única fuerza que le quedaba.