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Señoras y señores: o mis buenos amigos y buenos compañeros, Jesús Castellanos y Max Henríquez Ureña, entusiastas organizadores de estas hermosas lides del pensamiento, me hicieron el honor de invitarme para que consumiera un turno en ellas, consulté la mente, y no hallé tema que me subyugara: consulté luego el corazón, y hallé, José Martí.

Aquel hombre venía de los precipicios del Deva, y resultó ser el famoso don Recaredo, de quien yo tenía muchas noticias por mi tío; hidalgo de rancio solar, célibe impenitente, afamado cazador de fieras, y de grande y merecido influjo en toda su comarca; bien relacionado con los hombres del ajetreo político de la capital y sucursales de ella; muy solicitado de aspirantes a la representación en Cortes del distrito, en épocas de lides electorales... y primoroso carpintero de afición, única bien arraigada que se le conocía y con la cual entretenía las soledades y holganzas de su vida en el viejo caserón que habitaba.

La inmensa catedral recibia de vez en cuando en sus escasas capillas los inanimados despojos de los mas nobles y valerosos caballeros, muertos en deplorables lides intestinas ó en gloriosas algaradas y defensas contra la morisma; pero no interrumpian su solemne silencio las tareas de los bulliciosos y alegres artesanos.

Así como el famoso alcaide de Antequera no dejaba de ser el terror de los agarenos por presentarse en las lides tocado á la morisca, del mismo modo podia ser cristiana la idea que motivaba la construccion de que vamos tratando, á pesar de ser pagano el estilo en que se realizaba.

Discípulos de Hipócrates, juristas, ministros del altar, notables hombres legaron de la patria las conquistas de su saber y sus preclaros nombres. Madre y maestra de las almas, digna del nombre singular de Benavides , en cuyas nobles y proficuas lides fué siempre la verdad una consigna, en nombre de sus cánones severos, luchó con entereza por los fueros de la verdad.

Al ceñirle la espada, dijo la buena señora: -Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero y le ventura en lides. Don Quijote le preguntó cómo se llamaba, porque él supiese de allí adelante a quién quedaba obligado por la merced recebida; porque pensaba darle alguna parte de la honra que alcanzase por el valor de su brazo.

Mucho se hablaba de los éxitos obtenidos en esas lides por el marqués de Pierrepont, si bien él, conduciéndose con caballeresca discreción, jamás confesó ninguno, por más que en lo que se decía mucho debía haber de verídico y auténtico; en resumen, no era un libertino, y aun puede asegurarse que había en él un fondo de seria dignidad que comenzaba a alarmarse de esos devaneos a que tarde o temprano lleva fatalmente la soltería.

Su destreza era tan extremada, que el Príncipe, montándolo, corría seguro sobre los adarves de los altos muros de Granada: jamás su dueño había dejado de salir vencedor en las justas y torneos, triunfante en las lides y batallas e ileso en los juegos de cañas y alcancías.

Entre tanto mi señora y su hija te declaran y apellidan Caballero del Azor, y te dan en testimonio de ello esa prenda. Concédate Dios, Caballero del Azor, la buena ventura en lides y amores que ellas y yo te deseamos.

Y el propio León avanzó hasta el medio de la estancia y se puso a parodiar, con entonación y mímica de cómico de la legua, una zarzuela muy conocida: Yo soy aquel conde de Agreda llamado, que en lides sin cuento probó su valor. Oye, nene dijo Socorro tirándole de los faldones del frac , tengo que ajustarte una cuenta.