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Encogiose Artegui de hombros como aquel que se resigna, y tiró del cordón de la campanilla. Cuando un cuarto de hora después entró el camarero con la bandeja, ardía el fuego más que nunca claro y regocijado, y las dos butacas, colocadas a ambos lados de la chimenea, y el velador cubierto de níveo mantel, convidaban a la dulce intimidad del almuerzo.

Doña Paula miraba a su hijo y a Teresina alternativamente, encogía los hombros cuando no la veían ni la doncella, que iba y venía con platos y fuentes, ni su hijo que miraba al mantel distraído, comiendo por máquina y muy poco. Teresina era ya toda del señorito; nada decía al ama de las cartas que a don Fermín entregaba.

En tal momento entró la señora Lefèvre diciendo: Vamos, es preciso poner la mesa; todo el mundo está esperando. Vamos, Katel, vaya usted a poner el mantel. La voluminosa joven salió corriendo. Y todos juntos, atravesando el patio en fila, se dirigieron hacia la sala.

Aquella mesita baja y larga, cubierta con un mantel viejo, iluminada por un quinqué con pantalla verde, y llena de cajitas, ruedas de alambre y rollos de papel, se me antojaba, a veces, como un arriate engalanado con todos los primores de un jardín.

Los vidrios emplomados de dos grandes rosetones abiertos en lo alto de las paredes de la gran nave central dejaban paso a una triste claridad que se extendía como blanco mantel delante del altar mayor.

Sentados en el emparrado, alrededor de la mesa cubierta por un mantel blanco, no han hecho gran honor a la cena esa tarde, y sus miradas fijas en el suelo expresan un profundo sentimiento de bienestar. Martín, con la cara apoyada en las dos manos, saca de su pipa densas nubes de humo, lanzando de vez en cuando un sonido que participa de la risa y del gruñido.

Una tarde en que, con motivo de no qué fiesta, hubo mantel largo en el refectorio de los juandedianos, se agarraron a trago va y trago viene el lego y el chuchumeco, y cuando aquél estaba ya madio chispo, hubo de parecerle a éste propicia la oportunidad para venturar el golpe de gracia.

No; una arena negra, impalpable y abundante, que se anida presurosa en los pliegues de nuestras ropas, en el cabello y que espía el instante en que el párpado se levanta para entrar en son de guerra a irritar la pupila. Allí se duerme. El comedor es un largo salón, inmenso, con una sola mesa, cubierta con un mantel indescriptible.

Me encuentro sentado ante una mesa cubierta con un mantel pequeño. ¡Voy a comer! Espero un poco; un perro con un cascabel al cuello entra y retoza por la estancia. Espero otro poco; otro perro fino, negro, luciente el de esta mañana y de todas las horas asoma su agudo hocico por la puerta y luego se cuela con pasito mesurado.

En el centro del cuarto está puesta la mesa; el mantel es adamascado y fino; los cubiertos de plata labrada; la vajilla con cifra de oro; las copas, de tan sutil cristal, que semejan aire cuajado.