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Pero, a Dios gracias, mi padre es sobrio. Es probable que vivirá mucho, y hay un hombre sentado junto al fuego, poco importa que esté chocho; no tiene por qué abandonar su puesto. La forma cuidadosa con que Priscila se pasaba la falda por la cabeza, sin despeinar sus bucles lisos, obligó a la señora a suspender su rápido examen de la vida humana.

No existiendo más que una comedia suya titulada La guarda cuidadosa, carecemos de los datos necesarios para juzgarlo ; pero la verdad es que hay que concederle no común capacidad.

41 Pero respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, cuidadosa estás, y con las muchas cosas estás turbada; 1 Y aconteció que estando él orando en un lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos. 2 Y les dijo: Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos; sea tu Nombre santificado. Venga tu Reino.

Hace frío, , por cierto, mucho frío. Tenemos que hablar largamente. Mientras que la duquesa de Gandía cierra las puertas, toda admirada y toda cuidadosa, examinemos al rey, que se había sentado junto al brasero y removía el fuego aspirando su calor con un placer marcado.

Hace unos días creí que el corazón de Luciana se apartaba de , y caí en el marasmo de la desesperación. El horrible pensamiento de un rompimiento me perseguía, y vivía en las angustias de los más negros celos. Hoy todo está apaciguado. Luciana es dulce, cuidadosa de no disgustarme... y no estoy tranquilo.

Se practicó este movimiento con tanto órden y destreza militar, que logró eludir la cuidadosa vigilancia con que le observaban los rebeldes, los cuales quedaron sorprendidos á las primeras luces del dia siguiente, por no saber el como, y por donde se habia desaparecido Reseguin.

Como dijimos antes, así la tercera como la quinta parte de la gran colección de las comedias de Lope, contienen muchas de otros autores, y, entre ellas, La guarda cuidadosa.

Dimmesdale y este excelente y anciano diácono, solo merced á la más cuidadosa circunspección y casi haciéndose violencia, evitó el ministro proferir ciertas reflexiones heréticas que se le ocurrieron sobre varios puntos religiosos. Temblaba y palidecía temiendo que sus labios, á despecho de mismo, emitiesen algunos de los horribles pensamientos que le cruzaban por la mente.

Juan la estrujó contra sus labios en silencio, lloró sobre ella, y devolviéndosela al ministro de Dios, repuso amargamente: ¡No me han enseñado! ¡No ! En una extensa planicie formada por tierras de panllevar, estaba la casa solariega de los Niharra, donde descuidada del mundo, cuidadosa de su hacienda y soñadora con sus recuerdos, vivía doña Inés, a quien en los contornos apellidaban la Santa.

El comandante, siempre bondadoso y servicial; Rosa, siempre cuidadosa, atenta y desinteresada; porque don Modesto no se hallaba en el caso de remunerar pecuniariamente sus servicios, puesto que si la empuñadura de su espada de gala no hubiera sido de plata, bien podría haber olvidado de qué color era aquel metal. Capítulo VII