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Que toda esta declaracion la oyó el declarante, igualmente de otro cacique, llamado Imilguir, tambien de tierra adentro, y que no duda de su certidumbre por la ingenuidad con que le hablaban en este particular, pues diciéndoles el que declara: "esos serán los de Chiloé," respondieron: "esos están por ahí abajo, que no ignoramos nosotros para dar esta noticia": lo mismo que repite este declarante á fojas 78, contando los pasages que le ocurrieron al entrar á la laguna de Puyegué.

En este instante le ocurriéron á Candido las siguientes ideas, y discurrió así: Si pide auxîlio este varon santo, infaliblemente me hará quemar, y otro tanto podrá hacer á Cunegunda; me ha hecho azotar sin misericordia, es mi contrincante, y yo estoy de vena de matar; pues no hay que detenerse.

En fin, yo pensé que el Sr. de Artegui estaría muy triste, muy triste, y que acaso nadie se acordase de decirle cosas cariñosas, y, sobre todo, de hablarle de Dios nuestro Señor, en quien él no puede menos de creer, ¿verdad, padre? pero de quien se olvidará quizás en estos momentos tan crueles.... Llevada de estas consideraciones le escribí una carta, consolándole allá a mi modo.... ¡si viera usted! me parece que se me ocurrieron cosas muy buenas y eficaces... le hablé de que Dios nos manda las penas para convertirnos a él; de que son visitas que nos hace; en resumen, todo lo que usted me ha enseñado... además le decía que bien podía creer que no era el único en sentir a aquella pobre señora, aquella santa; que yo la lloraba con él, aunque sabía que estaba gozando ahora de la gloria... y que la envidiaba.... ¡ay, eso si que es verdad, Padre! ¡quién como ella! morirse, ir al cielo.... ¡Cuándo lograré yo tal ventura!

Y se hizo el lujoso entierro, y acudió á él mucha y lucida gente, lo que fué para Torquemada motivo de satisfacción y orgullo, único bálsamo de su hondísima pena. Aquella lúgubre tarde, después que se llevaron el cadáver del admirable niño, ocurrieron en la casa escenas lastimosas.

De las personas que estuvieron presas en la ALJAFERÍA, y succesos lamentables que ocurrieron dentro de este alcázar. Pero si el alcázar de la ALJAFERIA es memorable por las brillantes solemnidades que se celebraron en su recinto, tambien lo es por los personajes que estuvieron presos en él, y acontecimientos funestos que recuerda.

Como lo que debe suceder sucede, y no hay bromas con la realidad, las cosas vinieron y ocurrieron conforme a los deseos de D. Evaristo González Feijoo. Bien sabía él que no podía ser de otro modo, a menos que aquella mujer estuviese loca. ¿Qué salida tenía fuera de la propuesta por él?

Tampoco Julián olvidará el día en que ocurrieron acontecimientos tan extraordinarios; día dramático entre todos los de su existencia, en que le sucedió lo que no pudo imaginar jamás: verse acusado, por un marido, de inteligencias culpables con su mujer, por un marido que se quejaba de ultrajes mortales, que le amenazaba, que le expulsaba de su casa ignominiosamente y para siempre; y ver a la infeliz señorita, a la verdaderamente ofendida esposa, impotente para desmentir la ridícula y horrenda calumnia. ¿Y qué sería si hubiesen realizado su plan de fuga al día siguiente? ¡Entonces que tendrían que bajar la cabeza, darse por convictos!... ¡Y decir que cinco minutos antes no se les prevenía siquiera la posibilidad de que don Pedro y el mundo lo interpretasen así!

Los primeros planes que ideé se resintieron, como es natural, del estado de exaltación en que me encontraba yo; así, no se me ocurrieron más que feroces combinaciones y proyectos tan locos como salvajes, mientras pasaba revista en mi memoria a todas las catástrofes amorosas ocurridas en el mundo desde Otelo hasta Ansony.

Por los mismos días ocurrieron sucesos a los cuales el digno artista era completamente extraño; mas por este motivo mismo no deben ser aquí olvidados. Y fue que cuando se aproximaba el día señalado para devolver a Torres su dinero, estaba Rosalía tan cabizbaja, que se podría creer, viéndola, que le habían robado algo o inferido alguna descomunal ofensa.

En tal caso se lo tiene muy callado y ni él ni yo aludimos jamás al asunto. Sir Jacobo Borrodale tuvo que procurarse otro agregado. Desde que ocurrieron los sucesos aquí referidos, he vivido tranquilo y muy retiradamente en una casita de campo. Para no tienen ya interés los móviles que de ordinario atraen a hombres de mi posición y de mi edad.