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Mirada torva, dificultad en el hablar, como si no se acordase de las palabras, y un apretón de manos que aún me duele. Pero me dio las gracias como pudo al saber por Nélida que yo y otro señor compatriota mío habíamos tenido grandes atenciones con ella. Hasta me ha invitado a que vaya a pasar unos días en su estancia. ¡Qué vida ésta del Océano! ¡Qué cosas ha visto el buque!...

Al cabo, al entrar un día en su casa, exclamó, como enfadado consigo mismo: ¡Caramba! ¡Siempre se me olvida que tengo que ir a casa de mi prima Tula!... Pero no tenga usted cuidado, que de mañana no pasa... Transcurría el día siguiente, y otro después, y otro, y otro, sin que el viejo calavera se acordase de mi asunto más que de la muerte.

Sus labios se separaron, lanzando una leve exclamación de sorpresa. ¡Ah!... Se apagó la luz arrogante de sus pupilas. Luego bajó los ojos, y poco después la cabeza. La muchedumbre vociferante lo fué empujando y se lo llevó, sin que nadie se acordase del hombre que había dado la alarma é iniciado la persecución. Aquella misma tarde el Mare nostrum salió de Marsella.

Larga y alegre fué la cena, sin que uno siquiera de los comensales se acordase de los rencorosos y hambrientos pecheros que en aquellos mismos instantes, ocultos entre la maleza, contemplaban desde lejos y con ideas de venganza y muerte las ventanas iluminadas del castillo.

Varias parejas empezaron á girar en el centro del salón, y cuando iba aumentando su número y no quedaba quien se acordase de la condesa, ésta miró á un lado y á otro con asombro y se puso en pie: Ya que me piden versos con tanta insistencia, accederé al deseo general. Voy á decir un pequeño poema. Tales palabras esparcieron la consternación.

El hombre de la capa, al ver mi sorpresa, sonrió con humildad, como si me pidiese perdón, y continuó: Me acuerdo que, cuando llegué a casa, mi madre me dio una paliza que me hubo de matar... no por qué... Decía que para que me acordase bien de aquel día... ¡Cómo sino me acordase bien sin necesidad de los palos!... Yo creo que estaba un poco guillá... La pobrecita no tardó dos meses tan siquiera en espichar... Desde entonces no he faltao nunca a estos espetáculos.

Como quiera que sea, digo, que por suerte ó por cualquiera otra cosa que fuese, yo no me hallé en él, ni pasó más ni menos de lo que he dicho. Y tornó á decir que si por D. Alvaro no hubiesen pasado los trabajos que han pasado, que me maravillaría mucho de que no se le acordase cómo pasó este negocio, pues lo supo de muchos y de , y solía tener buena memoria.

-Venid acá, señor buen hombre -respondió Sancho-; este pasajero que decís, o yo soy un porro, o él tiene la misma razón para morir que para vivir y pasar la puente; porque si la verdad le salva, la mentira le condena igualmente; y, siendo esto así, como lo es, soy de parecer que digáis a esos señores que a os enviaron que, pues están en un fil las razones de condenarle o asolverle, que le dejen pasar libremente, pues siempre es alabado más el hacer bien que mal, y esto lo diera firmado de mi nombre, si supiera firmar; y yo en este caso no he hablado de mío, sino que se me vino a la memoria un precepto, entre otros muchos que me dio mi amo don Quijote la noche antes que viniese a ser gobernador desta ínsula: que fue que, cuando la justicia estuviese en duda, me decantase y acogiese a la misericordia; y ha querido Dios que agora se me acordase, por venir en este caso como de molde.

Una viejita, que venía apoyada en su palo, le trajo un escapulario de la Virgen, y una guapa muchacha, con un hijo a la espalda y otro en brazos, llegó con su marido, que era un bello mancebo, a la cabeza de la mula, puso al indito en alto para que le diese la mano al «caballero bueno»; y muchos venían con jarras de miel cubiertas con estera bien atada, u otras ofrendas, como si pudiesen dar para tanto las ancas de la caballería, muy oronda de toda aquella fiesta; y otro viejito, el padre del lugar, mi señor don Mariano, que jamás había bebido de licor alguno, aunque él mismo trabajaba el de sus plantíos propios, llegó, apoyado en sus dos hijos, que eran también como senadores del pueblo, y con los brazos en alto desde que pudo divisar a Juan, y como si hubiera al cabo visto la luz que había esperado en vano toda su vida: «Abrazarlo decía . ¡Déjenme abrazarlo! ¡Señor, todito este pueblo lo quiere como a su hijo!». De modo que Juan, a quien había conmovido aquellos cariños, dejó la finca, dos días después de haber llegado a ella, no bien supo que los indios, a pesar de su esfuerzo, corrían peligro de que se les quitase de las manos la posesión temporal que, en espera de la definitiva, había Juan obtenido que el juez les acordase el juez, que había recibido el día anterior de regalo del gamonal un caballo muy fino.

Recibió el juramento de fidelidad en nombre del Rey Don Fadrique un caballero de su casa, que se llamaba Garcilopez de Lobera, soldado que seguia las banderas de Berenguer, y juntamente le eligieron por su Embajador al rey con Ramon Marquet, ciudadano de Barcelona, hijo de Ramon Marquet ilustre Capitan de mar, á lo que yo presumo, del gran Rey Don Pedro, y Ramon de Copons, para que fuesen testigos del juramento de fidelidad que habian prestado en manos de Garcilopez de Lobera, y le diesen larga relacion del estado en que se hallaban; que si en su memoria tenia sus servicios, se acordase de darles favor, pues en ellos no solamente interesaban ellos, pero su aumento y grandeza; que advirtiese la puerta que le abrian ellos para ocupar el Imperio de Oriente; y que se valiese de su venganza y desesperacion, pues ellos ya estaban aventurados.