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Como curioso accidente, que no debe omitirse aquí, haremos constar que la tropa de Morsamor partió reforzada por seis mongoles que se resolvieron a seguirle, movidos de afecto a España y de vivo deseo de ver aquella tierra distante. No parecerá el caso inverosímil si decimos que dos de los mongoles se apellidaban Pérez, dos Fernández y Jiménez otros dos.

Viéndole joven, elegante y lindo, que venía con frecuencia á la casa, y que cuchicheaba siempre con Lucía, supusieron con visos de fundamento que era su novio, y ya en la casa le apellidaban el novio de la señorita. Tal era la situación de cada uno de los personajes secundarios de esta historia cuando el Comendador, después de su entrevista con Doña Blanca, se hallaba tan desazonado.

Valga para ejemplo cierto mozo, de unos quince años de edad, hijo del aperador y favorito de don Alvaro, que este tenía siempre en casa para que entretuviese a los niños. Como el aperador era Calvo de apellido, al mozo le apellidaban Calvete. Y para que se vea lo mucho que hubo de sufrir en ocasiones la pulcritud de doña Inés, he de citar un caso que de Calvete me han referido.

Algunos la protegieron generosamente, y Margarita, á quien todos apellidaban «la Montansier», tuvo, como las reinas medioevales, una «Corte de Amor».

A esta determinacion substancial del cuerpo, á esto que le constituye tal cosa, y que le distingue en su íntima naturaleza, en su esencia, de todos los demás cuerpos de otras especies, á esto llamaban los aristotélicos forma substancial; y al sujeto de esa forma, de esa actualidad, á ese sujeto comun á todos los cuerpos, le apellidaban materia prima, que era una pura potencia, una especie de medio entre el puro nada, y el ser en acto.

Los del teatro de la Cruz llevaban el nombre de polacos, de su caudillo el P. Polaco, fraile descalzo, que pasaba entre los mosqueteros por muy inteligente en estas materias; los del Príncipe se apellidaban chorizos, y los de los Caños del Peral panduros, calificativos cuyo origen y explicación sería demasiado prolija é inoportuna.

Decía y hacía a cada momento doscientos mil graciosos disparates, aunque todos inocentes y nada comprometidos, por lo cual la apellidaban también el trueno; pero realmente no era trueno, sino tempestad de risas, de bromas alegres y de regocijados discursos, porque era no menos picotera que su padre. Por lo demás, el fondo de doña Manolita no podía ser más excelente.

Juan la estrujó contra sus labios en silencio, lloró sobre ella, y devolviéndosela al ministro de Dios, repuso amargamente: ¡No me han enseñado! ¡No ! En una extensa planicie formada por tierras de panllevar, estaba la casa solariega de los Niharra, donde descuidada del mundo, cuidadosa de su hacienda y soñadora con sus recuerdos, vivía doña Inés, a quien en los contornos apellidaban la Santa.

Anoche supe también lo que es «curarse», y me curé tan prolijamente, que aquí me tiene con una sed infernal y este adorno junto a un ojo... Pero no me arrepiento: ¡qué muchachos simpáticos! Da gloria tener amigos tan cariñosos. Unos me llamaban gallego, otros me apellidaban godo. ¿Ha notado usted qué variedad de motes amorosos gozamos los españoles en la América que habla español?

La llamaban Rafaela, y por sus altas prendas y rarísimas cualidades la apellidaban la Generosa. Rafaela apenas tenía entonces veinte abriles. Era gaditana, y hubiera podido decirse que se había traído a Lisboa todo el salero, la gracia y el garabato de Andalucía. Yo la vi por vez primera, decía el Vizconde, en aquella plaza de toros.