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Soy uno de tantos dijo Martínez . Para hombres valientes, la Legión. Allí que los hay. ¡Y los que han muerto!... Al principio había en ella soldados de todos los países. Pero los americanos se fueron desde que su República intervino en la guerra, y lo mismo los italianos y polacos.

Durante largos períodos, en los que mandó el partido moderado, conservó don Tadeo su destino en la Hacienda de la provincia y fue uno de tantos carlistas protegidos por los polacos, quienes consideraban menor peligro atraerse partidarios del Pretendiente que transigir con liberales.

Y ahora os he de hablar de cómo la guerra, que parecía próxima a concluir, se trabó de nuevo con más fuerza; he de hablaros de aquel infeliz y bondadoso rey José, y de su Corte, y de su hermano, y del paso de Somosierra con la famosa carga de los lanceros polacos, y del sitio de Madrid, y de otras muchas curiosísimas cosas; pero todo se ha de quedar para el libro siguiente, donde estos históricos sucesos han de tener feliz consorcio con los no menos dramáticos de mi vida, y todo lo mucho y bueno que ocurrió en el matrimonio de Inés.

Otros socios de origen extranjero, jóvenes polacos, ingleses residentes en París, americanos de las repúblicas del Sur, acababan de inscribirse como voluntarios.

¿Por qué los don Periquitos que todo lo desprecian en el año 33, no vuelven los ojos a mirar atrás, o no preguntan a sus papás del tiempo que no está tan distante de nosotros, en que no se conocía en la corte más botillería que la de Canosa, ni más bebida que la leche helada; en que no había más caminos en España que el del cielo; en que no existían más posadas que las descritas por Moratín en el de las Niñas, con las sillas desvencijadas y las estampas del Hijo Pródigo, o las malhadadas ventas para caminantes asendereados; en que no corrían más carruajes que las galeras y carromatos catalanes; en que los chorizos y polacos repartían a naranjazos los premios al talento dramático, y llevaba el público al teatro la bota y la merienda para pasar a tragos la representación de las comedias de figurón y dramas de Comella; en que no se conocía más ópera que el Marlborough o Mambruc, como dice el vulgo, cantado a la guitarra; en que no se leía más periódico que el Diario de Avisos, y en fin... en que...

Habló entónces el quarto, y dixo: Yo soy rey de los Polacos; la suerte de la guerra me ha privado de mis estados hereditarios; los mismos contratiempos ha sufrido mi padre: me resigno á los decretos de la Providencia, como hacen el sultan Acmet, el emperador Ivan, y el rey Carlos Eduardo, que Dios guarde dilatados años; y he venido á pasar el carnaval á Venecia.

Los del teatro de la Cruz llevaban el nombre de polacos, de su caudillo el P. Polaco, fraile descalzo, que pasaba entre los mosqueteros por muy inteligente en estas materias; los del Príncipe se apellidaban chorizos, y los de los Caños del Peral panduros, calificativos cuyo origen y explicación sería demasiado prolija é inoportuna.

Otros, que militaron en la infantería, y eran modestísimos en estatura y traje, fueron designados con el mote de <i>perejiles</i>, y a las personas graves que habían formado una milicia urbana y exornádose con un levitón negro y cuello encarnado, se les tituló los <i>pavos</i>. Todos llevaban nombre contrahecho, y hasta el cuerpo que se formó con los desertores polacos, no pudo llamarse nunca de los <i>polacos</i>, sino de las <i>polacras</i>.

Dixo despues el quinto: Tambien yo soy rey de los Polacos, y dos veces he perdido mi reyno; pero la Providencia me ha dado otro estado, en el qual he hecho mas bienes que quantos han podido hacer en las riberas del Vistula todos los reyes de la Sarmacia juntos: tambien me resigno á los juicios de la Providencia; y he venido á pasar el carnaval á Venecia.

Los gritos y palmadas de los otros rusos acompañaban estas agilidades de loca danza gimnástica. Los judíos polacos y galitzianos, envueltos en sus hopalandas de carácter sacerdotal, contemplaban el espectáculo rascándose las barbas luengas, contrayendo los matorrales de sus cejas casi unidas.