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No hay nada más dulce, me decía, que poder, después de grandes contrariedades y largos años de destierro y de dolor, transportarse con el pensamiento a los días tan puros de la feliz infancia; que volver a ver los lugares que han sido el teatro de nuestros primeros juegos, de nuestros primeros trabajos y de nuestros primeros éxitos, las perspectivas en que hemos empleado nuestros primeros lápices, el techo natal y los dominios hereditarios; que reconocer el campo que nuestro padre ha deslindado, el árbol cuya sombra tanto amaba, su arado, el rústico hogar y el lecho de paz desde el cual nos bendijo. ¡Se acuerda uno con tanta emoción de aquel tiempo, rico en ignorancia y en sencillez, en que una mediocridad laboriosa limitaba nuestros deseos y un estrecho horizonte nuestro universo! ¡Hemos tantas veces deseado reunir a nuestro alrededor a todos los que han hecho con nosotros el aprendizaje de la vida y esperamos tantos goces de la evocación de aquellos recuerdos!

Pero los instintos hereditarios reaccionaban en todos aquellos retoños de la montaña: resucitaba en ellos el gusto á la antigua vida y poco á poco abandonaban los trajes exóticos, agarraban la escopeta y volvían, como sus padres, á las comilonas, á la caza y hablar de ganancias de miles de duros, acordándose de su educación extranjera como de un sueño.

Hoy se sabe perfectamente, examinando el cráneo y los antecedentes hereditarios de cada hombre, quién ha de ser criminal y a qué clase ha de pertenecer, esto es, si ha de ser asesino, incendiario, estafador, etc.

Les fué imposible entregar á la deshonra de una almoneda aquellos monumentos hereditarios, testigos de tantas grandezas y desventuras tantas.

De estas dos familias han salido una multitud de hombres notables en las armas, en el foro y en la industria, porque Dávilas y Ocampos trataron siempre de sobreponerse por todos los medios de valer que tiene consagrados la civilización. Apagar estos rencores hereditarios entró no pocas veces en la política de los patriotas de Buenos Aires.

"Haz esto," dijo el espectro del Sr. Inspector Pue con un movimiento de cabeza que parecía tan imponente como su imperecedera peluca, "haz esto, y el lucro será todo tuyo. Pronto lo necesitarás, pues estos tiempos no son como los míos en que los empleos eran vitalicios, y á veces hereditarios.

El progreso social, indiferente a la moral revelada que se propone el bienestar en el otro mundo por la abstinencia del bienestar en este mundo, es particularmente interesante a la moral humana, que se propone casi exactamente lo contrario, por cuya razón viene haciendo cesar progresivamente las iniquidades que aquélla había consentido o creado: la esclavitud, la servidumbre, los fueros, los diezmos y primicias, los privilegios hereditarios, el despotismo sacerdotal y el derecho divino, y levantando en su lugar el derecho y la justicia humanos que han obligado a los reyes a complementar la fórmula cristiana del poder: "por la gracia de Dios", con la fórmula racionalista: "por la voluntad del pueblo" y a las iglesias cristianas a ensanchar con un poco de ese "bienestar material", que el fundador consideraba incompatible con la "dicha celestial", el viejo programa de "bienestar espiritual", que es por lo menos igual en todas las religiones, desde que proviene de creerse, por la posesión de la verdad, en el camino de la salvación, mientras los demás están por la del error en la vía de la perdición, motivo de que todos los creyentes se sientan impulsados por la piedad a propagar sus propias creencias y a suprimir las ajenas, aunque sea matando, si pueden, a los que las profesan, pues lo propio de las religiones, dice Hubbard, es que "todos las consideran absurdas, salvo el que las cree"; seudo bienestar que por tantos siglos fue igualmente suficiente para cristianos, judíos y musulmanes, y que se torna insuficiente para los primeros en la medida en que el ejercicio creciente de la razón disminuye la credulidad y ensancha la sensatez humana.

Vi asimismo objetos de un orden enteramente distinto, es decir, trajes hermosísimos de mujer, arrojados en desorden por el suelo, y también escofietas, moños, lazos, abanicos, quirotecas, zapatillas de raso y luengos encajes de aquellos finísimos y hereditarios, que eran, como los diamantes, orgullo y riqueza de las familias.

Nacido en la confluencia de tres civilizaciones, procedente de una raza, en la cual se habían confundido demasiados elementos étnicos, atraído en diversos sentidos por los instintos hereditarios y por los conceptos adquiridos, veía que no podía gustar otros goces que los del árido pensamiento. Había vivido: ¿pero cómo?

Las guerras en Italia, Flandes y Francia, todas las empresas de Europa, eran negocios de reyes, pleitos hereditarios en los que tomaba parte la nación por obediencia, sin iniciativa alguna, acompañada muchas veces de otros pueblos. El tercio castellano era, como la legión romana, un núcleo de combate rodeado de enjambres de tropas auxiliares.