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Desde la sala en que esperaba entretenido en contemplar las estampas de santos y toreros que cubrían las paredes, oyó Salvador los gruñidos del atleta al ser arrancado de su dulce sueño por la mano áspera y aceitosa del fenómeno. Oyó después imprecaciones y desperezos, y luego una ronquísima voz que decía: Baja a la tienda y tráeme los cigarros que dejé en el cajón grande del mostrador.

Quitó la almohada, quedándose con las rótulas apoyadas en el santo suelo; alzó los ojos, buscando a Dios más allá de las estampas y de las vigas del techo; y abriendo los brazos en cruz, comenzó a orar fervorosamente en tal postura. El ambiente se volvió glacial; una tenue claridad, más lívida y opaca que la de la luna, asomó por detrás de la montaña.

Las paredes se veían adornadas con cuadros, que eran estampas de asuntos religiosos; pero con el buen gusto, inaudito, raro, casi inverosímil en un lugar de Andalucía, de que dichas estampas no fuesen malas litografías francesas, sino grabados de nuestra Calcografía, como el Pasmo de Sicilia de Rafael, el San Ildefonso y la Virgen, la Concepción, el San Bernardo y los dos medios puntos de Murillo.

También había una mesilla con libros, al parecer devotos, y en las paredes no cabían ya más estampas y láminas bordadas, entre las cuales el mayor número era una variada serie de perritos con el rabo tieso y los ojos de cuentas negras.

Que no se reparara en edades ni en estampas: viejos y mozos, altos y bajos; todo servía, con tal de no carecer de ingenio ni de desparpajo; tupé, que dicen otros. Para todos habría que hacer allí. Y así se fue haciendo. Cuando le anunciaban un presentado, preguntaba ella al presentante: ¿Vale? Respondíanla que . Pues que venga.

D. Gabriel, estas estampas de Dafne y Apolo, de Júpiter y Europa son indecorosas, y hemos encargado a Sevilla una colección de santos para sustituirlas. Pero ¿qué has dicho de lord Gray? prosiguió quedamente . ¿Que le amo yo? ¡Oh, ese hombre me traerá alguna desgracia! No repara en nada. ¡Qué loca he sido! ¡Me encuentro comprometida! Gabriel, te suplico que olvides lo que te haya dicho lord Gray.

De aquellos miles de estampas no ha quedado una en Sevilla.

Aquel rayo de luz le recordaba los rayos místicos de las estampas de los libros piadosos; él había visto en pintura que a los santos reducidos a prisión, y aun en medio del campo, les solían caer sobre la cabeza rayos de sol por el estilo del que le estaba molestando. No era idólatra, pero creía en el Hacedor Supremo y en su justicia, que tenía por principal alguacil la conciencia.

El joven fue a sentarse cerca del velador que había en el centro, y se puso a mirar las estampas de un libro lujosamente encuadernado. Reinaba silencio completo en la estancia esclarecida a medias solamente. La luz del sol penetraba bastante amortiguada al través de las persianas y cortinas. Detrás de la puerta del gabinete vecino percibíase un rumor semejante al cuchicheo de los confesonarios.

El cura llegaba a ponerse frenético y se le oía dar vueltas después en la cama sin lograr conciliar el sueño. En cierta ocasión descubrió en el baúl de un alumno un libro de mitología con estampas deshonestas, y se lo llevó a su cuarto.