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Un capitán de lanceros, muy gordo y rubicundo, bajaba de la Puerta del Sol, pisando muy fuerte, con las espuelas y las polainas manchadas de cieno, calada la corta capota azul con vueltas blancas.

Pero ¿cómo defender un lugar tan mal guarnecido contra un ejército tan formidable como el del rey de Granada, que le combatia con mas de cien mil lanceros, ballesteros y honderos, multitud de picos y azadones y toda clase de máquinas de guerra?

Touristas madrileños, hombres políticos y altas jerarquías militares, damas modeladas en el más genuino troquel del mundo moderno, invadían los salones en que ya se cantaban dúos y cavatinas, y se bailaban lanceros y cuadrillas, y se amaba y se coqueteaba según la flamante escuela.

Y ahora os he de hablar de cómo la guerra, que parecía próxima a concluir, se trabó de nuevo con más fuerza; he de hablaros de aquel infeliz y bondadoso rey José, y de su Corte, y de su hermano, y del paso de Somosierra con la famosa carga de los lanceros polacos, y del sitio de Madrid, y de otras muchas curiosísimas cosas; pero todo se ha de quedar para el libro siguiente, donde estos históricos sucesos han de tener feliz consorcio con los no menos dramáticos de mi vida, y todo lo mucho y bueno que ocurrió en el matrimonio de Inés.

Con este designio libró las órdenes para que se aprontase toda su gente, incluso alguna de otras provincias, que buscaron su seguridad amparándose en la suya, y pasada la revista se halló consistian todas sus fuerzas en 130 fusileros, 390 lanceros de á pié, y 140 de á caballo, 84 hombres armados con sables y 80 únicamente con palos y hondas, cuyo total componia el de 824 hombres.

Don Lorenzo exclamó Baldomero desde la caballeriza, aquí le han hecho un pericón... Usted que quería verlo. ¡Venga!... Cuando Lorenzo salió de bajo el ombú de la cantina, oyó el compasado y monótono «¡glú!... ¡gluglú!... ¡glúde las guitarras y el «¡ras!... ¡rasrrás!... ¡rasde los pies cepillando el piso al girar de los bailarines, como en las cadenas de los lanceros.

Pasó ante , siguiéndolo, el viejo sargento del tiempo de Rosas, que se sentaba en la cuarta silla de la izquierda; el señor calvo que se reunía en uno casi invisible, con que quería taparse la oreja, los pocos mechones dispersos que poseía; el caballero cordobés que promiscuaba entre esta antesala y la de los demás ministros, y cerrando la marcha de la larga fila interminable, los habituales del despacho, los amigos de confianza: un señor, que más tarde he visto de comerciante de fuste, otro medio francés, que era periodista, y que después he encontrado de librero; un periodista fogoso, que luego ha sido orador político e historiador de vuelo, y un coronel, que según la voz corriente circulada por El Cascabel, que redactaba esa pléyade de inteligencias vigorosas, que después ha tenido tanta actuación en nuestra patria "comandó con gran denuedo los lanceros de la Muerte, que se murieron de miedo".

Con este aviso se dirigió á el con 24 fusileros y 60 lanceros: pero cuando llegó ya habian pasado precipitadamente con la noticia que adquirieron de que estaba en Juliaca.

Llegó el tropel de los lanceros, y uno dellos, que venía más delante, a grandes voces comenzó a decir a don Quijote: ¡Apártate, hombre del diablo, del camino, que te harán pedazos estos toros! ¡Ea, canalla -respondió don Quijote-, para no hay toros que valgan, aunque sean de los más bravos que cría Jarama en sus riberas!

Allí creía estar mejor guardado de las fieras sueltas, que iban exigiendo que las enseñasen las manos. Al poco rato pareciole que la ciudad despertaba. Sonó a lo lejos un estruendo que hacía temblar el suelo, y poco después pasó al trote un escuadrón de lanceros por la calle Larga. Luego, al extremo de ésta, brillaron las hileras de bayonetas y avanzó la infantería con rítmico paso.