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Los chicos, al oir el consabido epíteto, sonrieron maliciosamente, señal de que el apodo puesto al maestro por nosotros diez años antes, seguía en uso. Los bribonzuelos reían y se miraban unos a otros con caritas de diablillos regocijados. Vamos: prosiguió os doy la mañana, a fin de que celebréis la llegada de mi discípulo muy amado. Pero, oídme; nadie se irá hasta que suenen las doce.

Esa es la Casa de las Muertes..... respondió una huevera que pasaba por allí á la sazón. No llamen ustedes, que ahí no vivo nunca nadie. ¿Y por qué? Porque ahí hubo siete muertes..... replicó la mujer con acento lúgubre. Nosotros nos miramos muy regocijados, y proseguimos el interrogatorio..... Pero la huevera no sabía más.

Pero ¡ay! no busquéis en los habitantes de Villaverde una alegría placentera, como pudierais esperarla, en harmonía con la naturaleza; no busquéis allí caracteres regocijados, espíritus afables y risueños. Villaverde es la ciudad de los espíritus desalentados y melancólicos; es la ciudad de las almas tristes. ¿Cosa del clima?

El júbilo por tan dichoso hallazgo infundió el deseo de celebrarlo con todas veras y estrépito, y así a los pocos instantes se escuchaban doquier en la algazara más bulliciosa del mundo los gritos regocijados, los acentos de los vivas y los ecos de los instrumentos.

Y Rafael, insensible al ambiente de indignación que se formaba en torno de él; sin dignarse siquiera dirigir una palabra, una mirada a la pobre Remedios que, cabizbaja como una cabrita enfurruñada, parecía llorar el recuerdo de aquellos paseos regocijados bajo la vigilancia de doña Bernarda. El diputado no veía nada fuera de la casa azul; le cegaba su felicidad.

Como quiera que ello sea, yo no acierto, ni creo que nadie acierte a explicar que haya muy provechosos avisos para los mancebos y triaca contra la ponzoña de la sensualidad en los muy desvergonzados lances que el Coloquio de las damas refiere. ¿Hablaría de chanza o hablaría de veras el beneficiado al sostener que su libro morigeraría mejor a los jóvenes regocijados que la Vía de espíritu o la Subida del Monte Sión, libros que ellos desecharían sin leer en cuanto del título se enterasen?

»Decía el inglés de la mina, ingeniero de cuenta y hombre de mucho mundo, que era muy de notarse que los villavejanos, tan indolentes y apáticos en cuanto se refería a mejoras y útiles progresos locales, fueran para todo lo demás tan animosos, tan regocijados, hasta bullangueros, y tan susceptibles y quebradizos de piel. Y decía la pura verdad.

En aquel momento, Periquito, que era un muchacho pálido y enteco, de ojos azules y poca y rala barba rubia, apareció en las lunetas. Las miradas de toda la familia Belinchón se clavaron en él sonrientes y burlonas. Sobre todo Pablo y Venturita se mostraban grandemente regocijados a su vista. Periquito levantó la cabeza y saludó. La familia Belinchón contestó al saludo sin dejar de reir.

Se detuvieron un instante para seguir con ojos regocijados el aleteo de los peces voladores. Un mar de romanza dijo Maltrana . Da gusto vivir. ¡Qué color! ¡qué luz!... Parece una luz de teatro; el resplandor dorado de una «apoteosis final». ¡Y qué aire! Siento deseos de cantar; me vienen a la memoria todas las cancioncillas dulzonas del golfo de Nápoles.

Don Marcos, compañero de largos y regocijados viajes, sabía quiénes eran «las otras» para este muchacho que había empezado muy pronto á picar en los racimos de la vida. Otras veces le irritaba que se pareciese demasiado á las otras, con sus atrevimientos de virgen loca. Es peor que un muchacho. ¡Si supieras, coronel, lo que me dice!... Alicia, por su parte, tampoco parecía contenta.