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Al arrancar los caballos tornó Paz a mirarle, y entonces, sin darse cuenta de ello, sus ojos se clavaron con tristeza en el muchacho, dejando luego caer los párpados lentamente, como si en aquella mirada pretendiera enviarle una expresión de simpatía y una queja. Pepe, que no se había movido aún, quedó suspenso, confuso, con la admiración que produce una impresión nunca sentida.

Aún le clavaron un tercer par, y su cuello quedó carbonizado, esparciendo en el redondel un hedor nauseabundo de grasa derretida, cuero quemado y pelos consumidos por el fuego. El público siguió aplaudiendo con vengativo frenesí, como si el manso animal fuese un adversario de sus creencias e hicieran obra santa con este abrasamiento.

Velázquez quedó lívido, inmóvil; sus ojos se clavaron con extraña fijeza sobre los de la joven, que sostuvo fieramente la mirada. Pero haciendo un esfuerzo supremo sobre mismo soltó los brazos que tenía cogidos, dió un paso atrás y quedó de repente tranquilo, profundamente tranquilo. Hubo un instante de silencio en que ambos se contemplaron con intensa atención.

Sólo Sancho, de todos los presentes, estaba en su mesmo juicio y en su mesma figura; el cual, aunque le faltaba bien poco para tener la mesma enfermedad de su amo, no dejó de conocer quién eran todas aquellas contrahechas figuras; mas no osó descoser su boca, hasta ver en qué paraba aquel asalto y prisión de su amo, el cual tampoco hablaba palabra, atendiendo a ver el paradero de su desgracia; que fue que, trayendo allí la jaula, le encerraron dentro, y le clavaron los maderos tan fuertemente que no se pudieran romper a dos tirones.

Ramiro aprovechó para inquirir si la arte notoria era contraria a la Santa Iglesia de Cristo. ¿La habéis ensayado alguna vez, hijo mío? preguntó melífluamente el Canónigo. El mancebo tardó en contestar. Inesperado calofrío le corrió del rostro a las manos. Las pupilas del confesor se clavaron fijamente en las suyas.

Al deshacerse los grupos, volviendo unos a sus sillones y otros al interior del café, Fernando encontró a Conchita que paseaba con gracioso contoneo, sacando los codos, montada en altos y ruidosos tacones. Las señoras sudamericanas, al verla pasar, la llamaban «la española donosita». Sus ojillos negros y agudos se clavaron en Fernando. ¡Vaya usted con Dios, mala persona!

De todos modos entró en el salón triunfante con su pareja... de un minuto. Tuvo tiempo suficiente, sin embargo, para participar del triunfo de Ana. Las conversaciones se suspendieron, las miradas se clavaron en la hija de la italiana. Hubo un rumor de asombro: ¡La Regenta! ¡La Regenta! ¡Quién lo diría! ¡Pobre Magistral! ¡Y qué hermosa! ¡Pero qué sencilla!... Esta exclamación fue de Obdulia.

Súbito apareció en la puerta de la sala Clementina seguida de Osorio, de Mariana y de Calderón. Los cuatro traían el semblante inquieto y asustado. Sus ojos se clavaron a la vez en Salabert, hacia el cual avanzaron precipitadamente. Papá, escucha una palabra le dijo Clementina. Salabert se destacó del grupo y fué a reunirse con los otros en el opuesto rincón.

Al mismo tiempo sus ojos se clavaron en Ricardo con tal expresión de miedo, de ternura, de súplica, de congoja, que éste sintió un fuerte estremecimiento, semejante al que produce una descarga eléctrica. ¡Era la misma mirada! ¡La misma que acababa de ver en sueños! Sintiose inundado por una gran claridad, por una luz divina. En aquel instante supremo todo lo vio, todo lo comprendió.

«Siéntese usted... murmuró acercando un sillón . ¿Quiere usted que le traiga un vaso de agua?». Isidora no decía nada. Sus ojos, aterrados, se clavaron en el busto de yeso.