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Esta armonía, que acaso sea resultado del esfuerzo constante del espíritu sobre el cuerpo para modelarlo a su imagen, observábase igualmente en todos sus movimientos, en el modo de andar, de emitir la voz, de accionar; pero su última y suprema expresión se hallaba indudablemente en la sonrisa. ¡Qué sonrisa! Un rayo esplendente del sol que iluminaba y transfiguraba su rostro como una apoteosis.

El arte es la apoteosis de la inutilidad vertió sentenciosamente Moreno al oído de don Pantaleón, ya que se hubo calmado el entusiasmo. Cuando los objetos útiles dejan de serlo, pasan a la categoría de artísticos. Un ánfora antes servía para contener agua o vino. Hoy es objeto decorativo sobre las chimeneas o sobre columnas.

A estos pensamientos se mezclaba el orgullo de que á oídos de Clara llegara al día siguiente su nombre llevado por la fama. Una apoteosis se le presentaba confusamente ante la vista. ¿Por qué no? Sin duda aquello era providencial. Así es que la resistencia que al principio opuso fué disminuyendo á medida que se acercaba á la Fontana. No le tengáis por loco todavía. Llegaron.

El estudiante y esa pobre mujer de enfrente se poetizaron, se creyeron víctimas sacrificadas á la violencia, á la tiranía, y no hay poder humano que tenga fuerza contra esa apoteosis de la imaginacion. Y cuanto más se sufre, cuanto más se padece, cuanto más se llora, tanto más se ama aquella desventura, aquella pasion, aquella poesía.

Pero la verdadera apoteosis de Federica y la defensa de Goethe las hizo ella misma, cuando rehusó la mano de Reinhold Lenz, diciendo que «La que había sido amada por Goethe no podía pertenecer a otro hombre»; y cuando, más tarde, estando ya Goethe en la cumbre de su gloria, decía ella a los que la compadecían: «Era muy grande para , estaba llamado a muy altos destinos: yo no tenía derecho a apoderarme de su existenciaPalabras de santa resignación y de amor a toda prueba, que ennoblecen a Federica, pero que dan a la vez claro testimonio de que Goethe no fue tan malo; no destrozó duramente aquel corazón, donde dejó tan sublime concepto de propio y tan dulce recuerdo.

En sus amores, hay que atender a la nada severa moralidad de la época en que vivía. Y aun así, lo único censurable es el abandono de Federica Brion, cuya apoteosis hizo luego el poeta en la Clara de Egmont, en ambas Marías de Clavijo y de Goetz, en la Mignon de Wilchem Meister, y en la Margarita de Fausto.

A este paraje apartado y romántico acuden todas las tardes los melancólicos fracasados de todos los ideales, los soñadores de las áureas apoteosis que han visto hundirse la leyenda de sus vidas en la bahorrina de la vulgaridad, en el vacío de un vivir abrumadoramente cotidiano.

Por lo que á toca, Dios sabe cuánto deseo verla. ¡Animo, mis queridos y benévolos lectores! Hasta mañana. =Dia trigésimo tercero=. La enferma. Museo del Louvre. La Asuncion. Apoteosis de Rubens. Otra pintura de Murillo. Una respuesta. Noticia á mis lectoras. Curiosidades. ¡Virtud increible la de la sangre! ¡Cariño santo el de la familia!

Muerto Calixto, Melibea se arroja desde lo alto de una torre y también se mata, pero la bienaventuranza alcanzada y gozada por ambos amantes, en sus mutuos y ardientes abrazos, es como luz de gloria que los envuelve y que presta a lo trágico, acaso contra la intención reflexiva del autor, carácter de apoteosis.

Otra vez perdimos de vista la negra silueta de Sevilla y nos hallamos en medio del río, mecidos entre sus riberas sombrías, sobre la faja de plata que extendía la luna en el agua. Esta faja nos servía de camino. Era un sendero soñado, glorioso, que se prolongaba a lo lejos, se perdía entre los negros contornos de las orillas, conduciéndonos, en apoteosis, al través de la noche desierta.