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La Bretaña, donde es apacible, esto de veras. En sus archipiélagos creeríais encontraros mecidos por la ola de la muerte; empero donde se ostenta con fuerza, es sublime. En 1831 sentí sus tristezas, las cuales forman parte de la historia de mi vida. Entonces no conocía el verdadero carácter del mar.

Duraron estas cosas tan entretenidas para Leto, y también para la sevillanita probablemente, poco más de un cuarto de hora; hasta que el balandro desabocó, y comenzó a sentir Nieves esas inexplicables impresiones, mezcla extraña de pavor y de alegría, que se apoderan de los novicios entusiastas como ella, al verse de pronto mecidos por las ondas salobres de aquel abismo sin medida.

El aspecto de tu existencia va a cambiar desde esta noche. ¡Cuántas penas, pobrecita, cuántas alternativas y vaivenes en tan pocos años! Por un lado , por otro yo. Ambos sujetos a mil fatigas, mecidos y arrastrados por este oleaje terrible que ya nos sube, ya nos baja, ya nos junta, ya nos separa... Es verdad, es verdad.

Mañana vendré á la misma hora... ¿Habrá que pedir nuevo permiso? Es indispensable, aunque ya es usted conocido ¿Y usted me acompañará? Seguramente. Llegaron al muelle donde los remeros dormían en la lancha, expuestos al sol y mecidos por la ola ligera que iba á morir al pie de la escalera.

No lo niego. Ambos rieron con alegría, embromándose cariñosamente, mecidos en dulce fraternidad que los hacía felices. Cecilia se retiró al fin. Antes de llegar a la puerta se volvió, preguntando con timidez, donde apuntaba un vivo y mal disimulado deseo: ¿Quieres que te haga yo la cura?... Debes estar molesto... El joven vaciló un instante. Temía ofender el pudor de su hermana política.

En el fondo se entienden las dos perfectamente; pero mi madre tiene que reñir un poco, acusa a mi mujer de mandona y de que siempre quiere hacer su voluntad. Todos mis hijos han sido mecidos en los brazos de su abuela, y dentro de poco podrá mi madre mecer a su biznieto. Yo cada día me siento más indolente y más distraído.

En efecto, aquellos tres hombres sentados en sus rocking-chairs bajo la ondulante toldilla, acariciados por el fresco de la tarde, mecidos por las olas y alumbrados por los rayos oblicuos del sol poniente, en aquel lindo yate que volaba hacia las colonias holandesas, más parecían gozar de las delicias de la vida que buscar el secreto de la muerte.

Es, con todo, verosímil que el fondo y la gran masa acuática sean asaz pacíficos; de lo contrario, el mar no sería apto para llenar su gran función de madre y nodriza de los seres. Maury le llama, no recuerdo dónde, un gran criadero. Un mundo de seres delicados, más frágiles que los de la tierra, son mecidos, amamantados con sus aguas.

Entre las cañas de la orilla habían visto dos objetos largos y negros que se balanceaban mecidos por la corriente: las piernas de Torrebianca. Robledo no había tenido valor para ver el cadáver. Después de un mes de permanencia en el río, era una masa gelatinosa que parecía vibrar por el rebullicio de la fauna surgida de sus carnes.

Silbaban los insectos nocturnos en lo más escondido de los follajes; los floripondios, mecidos por el viento, columpiaban pesadamente sus campanas de raso; el «huele de noche» no tenía aromas, y el agua corría silenciosa por el sumidero del pilón. De pronto arreció el viento, me estremecí de frío, y cerré los ojos. No cuánto tiempo estuve así, adormecido, abrumado de pesar.