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Comenzó a llegar la luz del alba. Debajo de la toldilla hacía un calor horrible; al amanecer, la abrimos para ventilarla un poco. No nos vigilaba nadie. Como no se sentía ningún movimiento en la cubierta, salimos Arraitz y yo para darnos cuenta de lo que pasaba.

Nunca iba a la proa. Mis dominios eran desde la toldilla hasta el palo de popa.

Deseaba ocultarse, como si en su vergüenza necesitase más sombra, más silencio, y huyó otra vez, siempre hacia lo alto, remontando la escalera de la última toldilla, cerca del puente. Aquí, calma absoluta; la escasez de luz hacía más visible el azul profundo del cielo, más intenso el fulgor de los astros.

Hecho esto, volvimos debajo de la toldilla porque hacía más fresco, y además porque podíamos desde allí ver algo de lo que pasaba en cubierta. Nuestro anhelo y nuestro temor eran tan grandes, que casi no sentíamos la sed. Pasamos las primeras horas de la noche alerta. En el camarote del capitán habían botellas de cerveza, que era bebida que él solía tomar alguna vez.

Agachados, corriendo por cerca de la borda, nos fuimos acercando hasta saltar a la toldilla de popa, que cogía casi toda la mitad del barco. Estuvimos allí esperando hasta ver si éramos descubiertos. Yo estaba temblando de frío. Tome usted; frótese usted me dijo, en voz baja, Allen dándome un trozo de sebo. Comencé a frotarme con aquello, y él me embadurnó la espalda.

El dibujo tenía al pie esta inscripción: «La fragata española La Constancia, al mando de su capitán don Blas de Aguirre, al amanecer del día 3 de febrero de 1793, en el meridiano de la isla Rodrigo, atormentada con mares gruesas del nordeste y sudeste, corriendo un huracán en su viaje de Manila a Cádiz, en el que perdió todos los gallineros de la toldilla, vasijería, cubas y varias tablas de obra muerta.

El Dragón estaba autorizado, según decían, para usar cañones, y tenía tres de a seis pulgadas en la toldilla de popa y dos sobre el castillo de proa. En el espacio comprendido desde el palo del centro y el último, llevábamos una barca grande, de éstas que llaman balleneras, con cubierta, y encima de ella un botecillo.

A la madrugada, se levanta la bruma de mar. Comienzan todos a inquietarse. Toda la tripulación está sobre cubierta. El capitán no abandona la toldilla... En el entrepuente, donde van metidos los soldados, la obscuridad es completa; la atmósfera está calurosa. Algunos están enfermos, tendidos sobre sus petates. El buque cabecea horriblemente; no se puede permanecer de pie.

El teniente mandó que cerráramos la puerta de la toldilla y le siguiéramos. Bajamos a nuestra cámara, la abrimos, y salimos a la escalera. Cerrad la escotilla dijo el piloto ; cuando esa gente se despierte entrará a saco en la despensa y no dejará nada. Ahora hay que aprovecharse.

Mide la nueva Santa María de eslora 22,60 metros; de manga 7,80; de puntal en la maestra 4,10; en la toldilla 8,20; en el castillo 4,90. Pesa 127,57 toneladas. Economizando en cuanto sea posible la nomenclatura profesional, puede decirse que es el casco corto, ancho y muy alto, comparado con los que actualmente navegan.