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No le habléis de dinero, no pretendáis ofuscarla con el brillo vano de la posición; buscad el camino del alma, si queréis llegar a ella; sed digno, generoso y bravo... ¡Sólo así se llega a la puerta del templo, pero cuando ésta se abre, cerrad los ojos y pedir la muerte en ese instante, porque habéis respirado una atmósfera sobrehumana, porque todo lo demás que la vida os guarde, será raquítico ante ese recuerdo!...

Cuando hubo abierto la puerta de la sala, la condesa le dijo con un tono y una expresión en que estallaba la alegría: Marta, acompañad a la señorita a su cuarto; cerrad cuidadosamente las puertas y volved pronto; tengo que hablaros de un asunto importante.

Marta bajó con la joven, y abrió la puerta de la sala. Un suspiro ahogado se le escapó. Vió sentado al lado de la condesa a un hombre vestido de negro, de una fisonomía fría y sonriente, cuya mirada le heló la sangre en las venas. Está bien dijo con sequedad la condesa . Dejad a la señorita con nosotros, cerrad la puerta, idos arriba y esperad allí mis órdenes... ¿No me comprendéis?

PELAYO. Baúl cuando al Badil matar quería. SANCHO. David, su yerno era. PELAYO. ; que en la igreja predicaba el cura Que le dió en la mollera Con una de Moisén lágrima dura A un gigante que olía. SANCHO. Golías, bestia. PELAYO. El cura lo decía. Acaba el REY de escribir. REY. Conde, esa carta cerrad. ¿Cómo es tu nombre, buen hombre?

¡Ah! por la misericordia de Dios, somos buenos hijos de Roma. Sin embargo, ¡si supiérais, doña Juana, de qué manera he sabido que se puede venir de mi cámara á la de la reina sin que nadie lo sepa! ¿Pues cómo? ¿no conoce vuestra majestad á quien se lo ha revelado? Cerrad las puertas, doña Juana, cerradlas, que no quiero que nadie nos vea, y venid á sentaros después conmigo junto al brasero.

Al fin, extendiendo el brazo en forma académica hacia la puerta, exclamó con énfasis, como quien se encuentra ya en pleno discurso: ¡Cerrad ese cancel! Las puertas se cerraron lentamente, como si nadie las tocara. Los fieles se fueron acomodando en su sitio. Durante un rato se oyeron muchas toses.

El teniente mandó que cerráramos la puerta de la toldilla y le siguiéramos. Bajamos a nuestra cámara, la abrimos, y salimos a la escalera. Cerrad la escotilla dijo el piloto ; cuando esa gente se despierte entrará a saco en la despensa y no dejará nada. Ahora hay que aprovecharse.

Una escalera de caracol. ¿Y á dónde va á parar esa escalera? A muchas partes, entre ellas á la cámara del rey y de la reina, y á las cuevas del alcázar. ¿Y cómo dísteis con ese tesoro, hermano? Buscando un gato que se me había huído. Sois el diablo familiar del alcázar. Sigamos adelante, que luego volveremos por aquí. Sigamos, pues. Anduvieron algún espacio. Dadme la mano y cerrad la linterna.

Decid más bien, que habéis estado muy entretenido. Pero cerrad bien la puerta, padre Aliaga, cerradla bien, que tenemos que hablar cosas que no conviene que las oiga nadie. Dejad, antes es necesario que nos traigan luz; ya ha obscurecido. Y decidme, ¿hay por aquí algún lugar donde yo me obscurezca, de modo que no me vea el que traiga la luz? ¿Y qué os importa que os vean ó no?

Y el bufón se levantó y abrió la ventana de su mechinal. ¿Qué hacéis, hermano? cerrad, que corre ese vientecillo que afeita. Obscuro como boca de lobo dijo el bufón. ¿Y qué nos da de eso? Y lloviendo. Pero explicáos. ¿Queréis ver al ratón en la ratonera junto al queso? ¡Diablo! dijo Quevedo . ¿Y para qué? Y después de un momento de meditación, añadió: Si quiero. Pues quitáos los zapatos.