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No os aborrezco dijo seriamente la joven , porque yo no he nacido para aborrecer; no os estremecéis vos del daño que me habéis causado por vuestro interés propio, porque... no veis mi alma, porque no sabéis qué horribles pensamientos pasan por ella, ó porque, si lo comprendéis, no tenéis corazón. ¿Qué os importa á vos, poeta que de lo más santo se burla, que á lo más respetable zahiere, que arroja su chiste mordaz sobre todo y todo lo calumnia; cortesano enredador que sobre todo pasa, cuando encuentra un obstáculo en el tenebroso camino que sigue; sabio que no ha sabido conservar la ternura, la caridad de su alma si alguna vez la ha tenido; qué os importa, digo, que una pobre mujer, que si no era feliz, no era desgraciada, se retuerza como una sabandija en el fuego por vuestra causa, porque la habéis necesitado para vuestros proyectos, y que caiga ante vos ensangrentada, palpitante, aniquilada? ¿qué importa? ¿qué importa?

Tuve hasta la niñería de elegir el paraje de antemano, y allí os habría recitado un pequeño discurso, muy preparado, muy estudiado, casi aprendido de memoria, pues desde vuestra partida no pienso más que en este discurso, y me lo recito a misma desde la mañana hasta la noche. Esto era lo que me proponía hacer, y comprendéis que vuestra carta... desconcertó mi plan.

La condesa tomó el billete y lo leyó. Al principio sus labios se contrajeron de rabia; pero en seguida una sonrisa irónica apareció en sus labios. «Parto para salvarte. Dentro de algunas horas serás libre para siempre»... ¡Ah! ¡Ah! ¿No es más que esto? ¡Ya veremos! El cuarto de Elena está cerrado, ¿no es cierto, Mathys? ¿No comprendéis que es una nueva molestia que Federico quiere causarnos?

Por el hábito que tengo replicó el Canónigo, si estoy por decir que ha entrado en esta casa alguna legión de demonios invisibles que os van a todos revolviendo la sangre. ¿No comprendéis, hijo mío, que ese sandio y tahúr de don Enrique y esa bestia furiosa de Bracamonte no hacen sino vomitar en palabras el hondo despecho de no haber merecido honor alguno en su vida? ¿Y no se os alcanza también que, así como fijen ese alevoso pasquín que leyeron, serán uno y otro degollados por mano de verdugo, con algunos incautos que han dado en seguilles?

¿Comprendéis?... Hasta allí Sara vivió halagada secretamente por la admiración que sus aptitudes de artista inspiraron á «monseñor», y pensando: «El cree en mi talento y se acuerda de ». Pero el bondadoso anciano ya había muerto: cerráronse sus ojos á la luz, tinieblas perdurables invadieron su memoria, y de su cerebro huyó con la vida el recuerdo de Sara.

Anoto de paso este sentimiento, porque analizándole, un día llegué a un terrible descubrimiento. ¿Para qué pintáis árboles, primo? El árbol más feo, es mucho mejor que todas esas manchas verdes que echáis sobre el lienzo. ¿De ese modo comprendéis el arte, prima? ¿No pensáis que Juno es mil veces más linda que su retrato? , por cierto, lo creo.

Porque me amáis, ¿no es verdad, y no comprendéis que se pueda amar tan pronto? Yo creo que tenéis más experiencia que yo. Os engañáis; no he amado hasta ahora, pero por lo que siento, no extraño que vos améis lo mismo que yo. Pero, ¿qué deseáis de ? ¿Qué deseo? Vuestro cuerpo y vuestra alma; vuestro recuerdo continuo... Quiero ser para vos el aire que respiréis. ¡Me estáis engañando! ¡Yo!

Sobreponéos dijo la voz ronca del bufón detrás de la cortina. Tembló el duque al sonido terrible, fatídico de aquella voz. Es el caso que... yo... mi poder... no alcanza á veces... ¿No os he dicho ya, duque de Lerma, que hagáis cuanto ella quiera? ¿ó es que sois tan torpe que no comprendéis lo que se os manda? dijo el bufón abriendo la cortina y apareciendo.

Vuestro dulce lenguaje, vuestras maneras honestas, algo inexplicable, el encanto misterioso de vuestros ojos... ¡Ay, ay! me estoy poniendo hablador... Bueno, bueno, ya sospecháis lo que os quiero decir, Marta. Consentís con alegría, ¿verdad? Vuestra vacilación... Pero, ¿acaso no me comprendéis?

¡Oh don Francisco! me llamáis ciego, y sin embargo, no reparáis en que os veo levantaros delante de como un gigante, y os respeto; no comprendéis que os aprecio en cuanto valéis, y que que con vuestra ayuda nada temería: lo emprendería todo, continuaría los tiempos de esplendor de España... Me estáis ofreciendo moneda falsa. Y vos me estáis desesperando.