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Leeis que en el año 824, cuando puede decirse que Abde-r-rahman II acababa de subir al trono, y en lo mas florido de su juventud puesto que solo tenia 34 años de edad, dos interesantes mancebos cristianos, llamados Adulfo y Juan, fueron martirizados solo por no querer abrazar la secta mahometana; y creeis quizá que el que esto autorizó tenia un corazon de tigre, inaccesible á todo humano afecto; os le figurais tal vez como un bárbaro fanático esclusivamente preocupado de la propagacion del Islamismo, encarnizado en el placer de los tormentos, y ciego de furor al solo anuncio de cualquier enemigo de su sanguinario error. ¡Cómo os engañais!

Tengo que haceros un encargo muy importante. Un encargo importante... Don Francisco de Quevedo... ¡Don Francisco!... ¡ese hombre!... ¡enemigo del rey!... Os engañáis, madre mía. Secretario del duque de Osuna... Secretario de mi padre. ¡Ah! aún me parece un sueño que el duque de Osuna... pero y bien, ¿qué hay que hacer por don Francisco?

Pienso.. sufrir y callar y no vengarme de nadie... ni aun de vos. ¡De ! ¿y qué culpa tengo yo? Porque lo trajísteis á mi casa... ¿Quién había de pensar?... Vos adivinásteis que me había yo de enamorar de él... y no os engañásteis, porque no os engañáis nunca. Eso no es verdad, porque me he engañado con vos. ¿Me creíais más perdida de lo que estoy?

Locura es tratar de influir en la manera de pensar de los gobernantes; tienen su plan trazado, tienen la venda puesta, y, sobre perder el tiempo inutilmente, engañais al pueblo con vanas esperanzas y contribuís á doblar su cuello ante el tirano. Lo que debeis hacer es aprovecharos de sus preocupaciones para aplicarlas á vuestra utilidad. ¿No quieren asimilaros al pueblo español?

Podéis creer que el haber yo consentido ha sido por ese regalo; pero os engañáis si creéis eso, señor; lo he aceptado porque me encontréis humilde, porque queráis mejor ampararme. ¿Pero qué os sucede? Estoy sola en el mundo; sola y amenazada de mil peligros. Cuando Montiño me dijo que una altísima persona me amaba... Otros hay más altos que yo, señora. ¡Oh, no, sólo Dios!

¡Ah! si vos creéis que yo tengo el alma helada, os engañáis; que la tengo muerta, que sólo ha sobrevivido en lo malo, os engañáis, Dorotea, os engañáis; mi vida es una vida poderosa, insoportable, insaciable, una calentura continua; mi vida necesita espacio donde extenderse, y no le halla; mi vida está comprimida, encerrada como en una caja de hierro: cada corazón digno de que encuentro, es un poco de espacio que se dilata en esa caja terrible, en esa prisión que no puedo romper por más que hago; y al mismo tiempo es una amargura más, una amargura infinita; habéis dicho que yo os sacrifico á sangre fría, y al veros sufrir, al veros de tal modo desesperada, tengo el corazón apretado, siento ansias, y me pregunto qué razón desconocida hay para que el hombre se alimente del hombre el alma del alma, la alegría del dolor, la vida de la muerte, me digo y me espanto al decirlo: ¿por qué Dios no nos ha dado otros sentimientos más fáciles de satisfacer? ¿por qué esta continua carnicería? ¿por qué esta durísima é interminable batalla?

Os engañáis, barón, dijo Fenton, que miraba atentamente al cautivo. Dos veces he visto al de Trastamara y este hombre en nada se le parece. Pues entonces ¡por el cielo! juro volver ahora mismo al campo y traerme al rey, vivo ó muerto. Sería una temeridad inútil, barón.

Y de encendida que estaba, se puso pálida como una difunta. , , señora; es hijo natural del gran duque de Osuna. ¡Ah! Ahora comprendo... ¿Qué, doña Clara?... Nada, nada; pero había encontrado algo de singular en la mirada de ese joven. ¡Ya lo creo!... Cuando se entusiasma, cuando se embravece, se asemeja á su padre. ¿Pero estáis seguro, Montiño? ¿no os engañáis?

Francisco Martínez Montiño es harto débil para que no le rompamos cuando sea menester. Aún todavía quedan otros enemigos, enemigos terribles que no son vuestros enemigos... ¿Quiénes? El primero, la reina. ¡Ah! ¡la reina! la tenemos segura... hay ciertas cartas que Calderón nos venderá... Os engañáis, esas cartas han desaparecido. ¡Cómo! ¿No sabéis que don Rodrigo ha sido gravemente herido?

No, ciertamente: yo no hablo con nadie más que con las personas cuya lista da el duque de Lerma á la duquesa de Gandía. Os engañáis, porque habláis todos los días y á todas horas con una persona á quien no pueden ver ni la duquesa ni el duque. ¿Y quién es esa persona? Esa persona es vuestra favorita... la hermosa menina doña Clara Soldevilla.