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A me han puesto en él no qué deseos de venganza, que tienen fuerza de turbar los más sosegados corazones; yo, de mi natural, soy compasivo y bien intencionado; pero, como tengo dicho, el querer vengarme de un agravio que se me hizo, así da con todas mis buenas inclinaciones en tierra, que persevero en este estado, a despecho y pesar de lo que entiendo; y, como un abismo llama a otro y un pecado a otro pecado, hanse eslabonado las venganzas de manera que no sólo las mías, pero las ajenas tomo a mi cargo; pero Dios es servido de que, aunque me veo en la mitad del laberinto de mis confusiones, no pierdo la esperanza de salir dél a puerto seguro.

Merece una estocada dijo la joven. No por cierto: esta carta merece una paliza. ¿Pero de quién me valgo yo? ¿á quién confío yo...? Mostrad esa carta á vuestro padre. Mi padre necesita á ese infame: además, ésta no es la letra de don Rodrigo; se disculpará, dirá que se le calumnia. ¡Esperad! ¿Que espere?... ¡bah!, no señor; yo he de vengarme, y he aquí mis tentaciones.

Pero tened en cuenta, para perdonarme, que he pasado mi vida entre hombres y mal puedo saber cómo hablar á una mujer de suerte que ni aun ligeramente lleguen á disgustarla mis palabras. Así me gusta. Y ahora, completad vuestra retractación; decid que tenía yo razón al querer vengarme de mi ofensor. ¡Ah, eso no! contestó él gravemente.

Confieso que he querido vengarme de este desprecio, y aun convertirlo en acto de aprecio, haciendo sentir a vuecencia que valgo más de lo que imagina. Ahí está tu equivocación, Juanita dijo don Andrés . Yo no he creído que te menospreciaba y que te humillaba al requebrarte. Sobre poco más o menos, tan plebeyo soy yo como y tan humilde es mi cuna como la tuya.

Lo haré, , lo haré le aseguró en voz enronquecida, en una voz de una mujer eminentemente desesperada, aterrorizada, temerosa de ver descubierto algún terrible secreto suyo. ¡Ah! exclamó con desprecio, encogiendo el labio, una vez me trataste con desdén, porque te considerabas una gran dama, pero yo voy ahora a vengarme, como vas a verlo.

Ya es tema, si amor ha sido; Que aunque Elvira no es Tamar, A ella le ha de pesar, Y a vengarme su olvido. Vanse, y salen SANCHO, PELAYO y JUANA. JUANA. Los dos seiás bien venidos. SANCHO. No cómo lo seremos; Pero bien sucederá, Juana, si lo quiere el cielo.

Pero yo quería vengarme del cura de aquí, y al día siguiente, cuando estaba sirviendo la comunión, me puse con los demás, y me la tuvo que dar él mismo. El ya debía de comprender que yo tenía mi absolución en el bolsillo; pero, ¡si viera usted qué cara me puso!... ¡Bravo, Antoniño! Y, ¿sigues leyendo El Sol? , señor. Pues dentro de unos días leerás en él tu historia.

Pero Montiño era de esos ciegos que no ven ó no quieren ver, y exclamó: ¡Válgame Dios y qué llanto tan inútil! ya no tienes nada que temer, y yo te amo más que nunca. Vamos, mujer, por Dios, olvidemos eso; ya te he dicho que yo estaba loco. ¿No estás bastante vengada de ? No, no y no; necesito vengarme más. Pues bien, haz de lo que quieras, pero no me atormentes más con tus lágrimas.

Le vi a treinta varas de distancia, corriendo como un gamo en dirección al bosque. Era la primera vez que Ruperto se mostraba más prudente que animoso. Corrí tras él, gritándole que se detuviese, pero no me hizo caso. Ileso y ágil ganaba terreno a cada paso; pero yo, olvidado de todo, excepto del deseo de vengarme, seguí sus huellas y muy pronto desaparecimos ambos en el bosque de Zenda.

Mas no me llamaría yo Reinaldos de Montalbán si, en levantándome deste lecho, no me lo pagare, a pesar de todos sus encantamentos; y, por agora, tráiganme de yantar, que que es lo que más me hará al caso, y quédese lo del vengarme a mi cargo. Hiciéronlo ansí: diéronle de comer, y quedóse otra vez dormido, y ellos, admirados de su locura.