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ELOY. Quiero decir que nunca la había engañado hasta estos últimos tiempos. ¡Y algún mérito tenía el conservar esta constancia...! Soy diputado desde hace cinco años. ¡Excuso decirle las tentaciones que habré tenido que sufrir en los teatros subvencionados! Además, he redactado el informe de Bellas Artes. ¡Y he permanecido casto...! ¡Este hecho es único en los anales de Bellas Artes!

La carta continuaba así: «...En vano para conmoverme finges gran interés por aquel ser desgraciado que vino al mundo como testimonio vivo de la funesta alucinación y del fatal error de su madre. ¿A qué ese sentimiento tardío? ¿A qué acusarme de su abandono? No, esa niña no existe; te han engañado los que te han dicho que yo la he recogido.

No tiene más que un pensamiento. Todo lo demás queda aniquilado... Yo le he engañado a usted, padre. Yo no quiero ni puedo ser esposa de Jesucristo, porque sería infiel a mis juramentos. Tengo dentro del alma, allá en el rincón más oculto y sagrado, un amor al cual seré fiel toda la vida. Este amor es mi delicia y es mi tormento.

De repente un tribunal de hombres competentes le cierra las puertas del templo de la gloria. Podría equivocarse el tribunal o estar apasionado. Pero ¿no era más fácil que él y sus amigos se hubiesen engañado? ¿No sería él uno de tantos aficionados que confunden el entusiasmo por el arte con la inspiración, la voluntad con el ingenio?

El vicario sintió la más tierna compasión; pero recobró su brío al ver que el enemigo se rendía. Pepita, niña dijo , vuelve en ti: no te atormentes de ese modo. Considera que él habrá luchado mucho para vencerse; que no te ha engañado; que te quiere con toda el alma, pero que Dios y su obligación están antes. Esta vida es muy breve y pronto se pasa.

Cabal, cabal decía , nada he perdido; ni un maravedí; mi mujer no me ha engañado; había puesto á cubierto mi dinero, y el señor Gabriel Cornejo es un hombre de bien. Mis treinta mil ducados están aquí... completos, justos. Sólo he perdido el dinero que llevaba en el bolsillo y que me quitaron los alguaciles. Pero lo doy por bien empleado y más que hubiera sido.

Al entrar en un espacio iluminado, el padre Aliaga miró con ansia á la comedianta; al verla, dió un grito. ¡Ah! exclamó ; ¡es ella! ¡Margarita! Os habéis engañado, señor dijo la Dorotea ; yo no me llamo Margarita.

Así sería dijo la muchacha si yo, desmintiendo la lealtad de mi carácter, no hubiese en esta ocasión engañado a vuecencia. Don Andrés era un hombre de mucha calma y de bastante mundo. Presumió que la muchacha quería hacerse valer, ir cediendo poco a poco y no declararse, desde luego, vencida.

Despertó sobresaltada, diciendo: «Esto no es lo convenido». En el delirio de su febril insomnio, pensó que D. León la había engañado y que la Virgen se pasaba al enemigo, «Pues para esto no se necesitaba tanto Padre Nuestro y tanta Ave María...». Por la mañana reíase de aquellos disparates, y sus ideas fueron más reposadas.

Con las mujeres me reconciliáis, señora; yo las tendría á todas por partículas del diablo, y confiéseme engañado: si queréis ser más feliz, don Juan, sois usurero, y no merecéis respeto, que en vuestra mujer tenéis un cielo. ¿Sabéis que venís muy adulador, don Francisco?