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Y luego venían aquí dándose un pisto... «Grandísimas... les digo para , yo no engaño a nadie; yo vivo de mi trabajo. Pero vosotras engañáis a medio mundo, y queréis hacer vestidos de seda con el pan del pobre» Y óigalas usted echar humo por aquellas bocas, criticando y despreciando a otras pobres.

No por cierto: servís á sus enemigos. Yo creía que esos caballeros podían muy bien ser enemigos entre , pero al mismo tiempo leales servidores del rey. Os engañáis; todos los que hoy se agitan alrededor del rey, piensan antes en su provecho que en lo que conviene á su majestad.

Al ver el aspecto de aniquilamiento y de desesperación de la joven, una chispa de alegría involuntaria pasó por los ojos del bufón. Ese miserable no te comprende dijo. Os engañáis, Manuel; le enamoro, haría de él cuanto quisiera, menos que me amara como yo quiero ser amada. Estoy irritada: la cólera y la desesperación me matan. Quiero vengarme, y empiezo. ¡Pedro! ¡al alcázar!

Que, en una palabra, el duque de Lerma paga y se cree amado, y don Rodrigo Calderón, que no la paga y á quien ella ama, la engaña amando á otra. ¡Ah! ¡Y si supiérais quién es esa otra, señor Francisco! Alguna cortesana que tiene tan poca vergüenza como don Rodrigo Calderón. Pues os engañáis, es la primera dama de España. ¿Por hermosa? No tanto por hermosa, aunque lo es, como por noble.

Con que vos os vayáis hemos salido del paso. Os engañáis, porque ya me han visto. ¿Y por qué habéis dado lugar á que os vean? Se me os escapábais. No creo que puedan suponer... Las monjas no suponen nada bueno... Pero mi prima sabe... Que sois hermosa; lo que basta para que os mire mal. Es virtuosa... Con la virtud de las feas. ¡Pero Dios mío, vos no perdonáis á nadie!

No importa, no importa; no luchamos sólo contra don Rodrigo Calderón. Os engañáis; el alma de Lerma es Calderón. Puesto Calderón fuera de combate, cae Lerma. Pero quedan Olivares, Uceda, y todos los demás que se agitan en palacio, que se muerden por lo bajo, y que delante de todo el mundo se dan las manos.

¡El duque de Osuna! ¡Dios mío! ¡pero esto no puede ser! ¡no, no, señor, vos me engañáis! ¡el duque de Osuna, cómo había de reparar en ! ¿Conoces al duque de Osuna? Le he visto entrar muchas veces en casa. Y yo te he visto á ti muchas veces, y me he enamorado de ti. ¡Oh Dios mío! Entra un tanto, que me voy á dar á conocer de ti.

Que un tal Juan Montiño, que acababa de llegar á la corte, ha sido el que ayudado de don Francisco de Quevedo... Os engañáis, señor mío dijo el joven ; Juan Montiño, no ha necesitado de nadie para castigar á don Rodrigo Calderón, como de nadie necesitaría para castigaros á vos á la menor palabra ofensiva que os atreviéseis á pronunciar contra esta señora, ó contra su tío, ó contra él.

¡Ah, os creo! ¡os creo, porque sois caballero y cristiano, y no me engañáis! os creo, y creyéndoos soy feliz. Tomad, don Francisco, tomad; esta carta es para vuestro amigo. Ya sabía yo que había de ser correo; pero no importa. Sólo siento una cosa. ¡Qué! Que acaso no podréis ver á mi amigo tan pronto como quisiérais. ¿Y por qué? Acaso no podáis verle hasta después de la media noche.

¡Qué adelantáis, don Francisco, con sacrificar una mujer más! Seríais vos la primera. Ved por qué no puedo fiarme de vos; negáis lo que todo el mundo sabe: vuestros ruidosos galanteos. Helos tenido con muchas hembras, pero tratándose de mujeres vos sois mi primera mujer. Tal vez os engañáis... tal vez yo no sea más que... como vos decís, una hembra, y harto débil y desdichada.