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¡Quita allá!... ni para qué quiere esta mantones. ¡Buenos están los tiempos! ¿Y qué precio?... ¡Cincuenta duros! Ajajá... ¡qué gracia! Los tengo yo del propio Senquá, mucho más floreados que ese y los doy a veinticinco. Quisiera verlos... ¿Sabe lo que le digo? Que me caiga muerta aquí mismo, si no es verdad que me han ofrecido treinta y ocho y no lo he querido dar... Mire, por estas cruces.

Es igual, Merweg, es igual; también los otros sembraron de huesos la maleza. ¡Y la Luna vio a sus mujeres arrancarse los cabellos durante tres días y tres noches! ¡Oh, qué horrible jornada! ¡Oh, los perros, se han ensoberbecido con su gran victoria! ¡Que la maldición caiga sobre ellos!... ¡Malditos sean! El loco había arrojado al suelo la corona y la recogió sollozando.

El mismo lo denuncia: comete voluntariamente una torpeza, hace que se extravíen unos documentos, envía una carta comprometedora con falsa dirección, para que caiga en manos de las autoridades del país. ¿Qué haré si no me socorres?... ¿Dónde podré rufugiarme?... Ulises se decidió á contestar, apiadado de su desesperación. El mundo es grande: podía ir á vivir en una república de América.

Por poco me pone en revolución toda la gañanía. «Que si esto va mal; que si los pobres necesitan vivir», y ecétera. No, esto no está muy bien arreglao que digamos, pero lo que importa en el mundo es quererse y tener ganas de trabajar. Cuando nos najemos al cortijo no tendremos más que las tres pesetas, el pan y lo que caiga. El oficio de aperador no da pa mucho.

"El gran problema a resolverse es este: si el final desdichado de mi amor con José Luis ha sobrevenido para darme la ocasión de una felicidad más grande, más verdadera, la única, la indecible felicidad que sueño, o al contrario, para hacer que caiga sobre una desdicha todavía más irreparable y más triste". Ambas levantaron los ojos del manuscrito y se miraron con desolación.

Pero eso , máteme lanza, espada ó dardo, caiga yo á los golpes del hacha de combate ó atravesado por alabarda ó daga; pero me parecería una vergüenza recibir la muerte de una de esas bombardas que ahora empiezan á usar gentes cobardes, que derrengan á un valiente desde lejos y son más propias para asustar mujercillas y niños con sus fogonazos y estampidos que para habérselas con hombres de pelo en pecho.

Antes de una semana vamos á entrar en París... Pero ¡cuántos no llegarán á verlo! ¡Qué de muertos!... Creo que mañana ya no estaremos aquí. Todas las reservas tendrán que atacar para vencer la suprema resistencia... ¡Con tal que yo no caiga!... La posibilidad de morir al día siguiente contrajo su rostro con un gesto de rencor. Una arruga vertical partía sus cejas.

¡Como no juegue yo con ese pendón!... Primero iba y se lo decía a mi papá. ¿Vamos a buscar el perro que tenemos nosotros en la huerta, y a hinchársele aquí mismo? propuso la miedosa. ¿Y si se la come toda? Que se la coma. Mi papá es alcalde... ; pero eso lo castiga Dios..., y puede que nos caiga algo malo. Pues ¿qué hacemos si no?

No mucho; unas veinte hojas en un sobre. Entonces busque usted un momento favorable para poner el sobre en este libro, y hágame una seña para que yo lo busque en seguida y no caiga en otras manos... Estaba yo ruborizada y temblorosa por tener que recurrir a semejantes astucias, y casi me despreciaba al ver que se me ocurrían como si el alma invisible de Luciana me las inspirase.

Allí todo está destinado á fascinar y aturdir al hombre inexperto y ansioso de impresiones nuevas; á hacer de la vida un torbellino de placeres efímeros y artificiales, una pesadilla de suntuosas miserias, en que la vanidad y la codicia, disfrazadas con las apariencias del vicio elegante, hacen los principales papeles. ¡Ay del que caiga en la tentacion y no sepa resistir á los impulsos de la vanidad ó del espíritu de imitacion!