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Pero eso , máteme lanza, espada ó dardo, caiga yo á los golpes del hacha de combate ó atravesado por alabarda ó daga; pero me parecería una vergüenza recibir la muerte de una de esas bombardas que ahora empiezan á usar gentes cobardes, que derrengan á un valiente desde lejos y son más propias para asustar mujercillas y niños con sus fogonazos y estampidos que para habérselas con hombres de pelo en pecho.

Créalo usted o no lo crea, su dolor de madre conmueve hasta lo profundo de mi alma, y daría con gusto en este momento mi vida por devolverle la de su hijo... ¡No me hable usted con dulzura! No quiero de usted la compasión. Prefiero el odio. Ya que odiaba usted a mi hijo, ódieme también a . Máteme usted como le ha matado a él.

Y la expresé mi desdén, mi desprecio: «¡No es cierto! ¡Tiene usted miedo! ¡Es usted cobarde!...» Ella asintió: «; soy cobarde: el arma está allí, la mano me tiemblaYo tomó el arma, se la alcancé: «Llame usted a su valor, si todavía lo tiene, si jamás lo ha tenidoElla juntó las manos suplicante: «¡Máteme usted, líbreme usted!...» Mi desdén aumentaba ante tanta cobardía.

Yo amo en Vd., no ya sólo el alma, sino el cuerpo, y la sombra del cuerpo, y el reflejo del cuerpo en los espejos y en el agua, y el nombre, y el apellido, y la sangre, y todo aquello que le determina como tal D. Luis de Vargas; el metal de la voz, el gesto, el modo de andar y no qué más diga. Repito que es menester matarme. Máteme Vd. sin compasión.

32 Y Absalón respondió a Joab: He aquí, yo he enviado por ti, diciendo que vinieses acá, a fin de enviarte yo al rey a que le dijeses: ¿Para qué vine de Gesur? Mejor me fuera estar aún allá. Vea yo ahora la cara del rey; y si hay en pecado, máteme.

Y con voz sorda, el arma en la mano, la prometí: «Si no le dejas, te mataréElla volvió a juntar las manos, siempre suplicante: «¡Máteme!...» «¿No quieres dejarle?» «¡Máteme!...» «¿No los pasos de Zakunine, su voz que llamaba. ¡La maté! Jadeante, se calló. ¿Y no se arrepiente usted? No me arrepiento.

De ese ganso de Juan de Dios, que estuvo aquí el otro día, y poniéndose de rodillas delante de , me dijo: «¡Déme usted a Inés, porque me muero sin ella! ¡Démela usted hoy y máteme mañanaFué una comedia, Gabriel, y aunque nos reímos mucho, al fin nos cansó tanto, que tuvimos que echarle a palos de la escribanía.

Máteme Vd. antes, para que nos amemos así; máteme Vd. antes, y, ya libre mi espíritu, le seguirá por todas las regiones y peregrinará invisible al lado de usted velando su sueño, contemplándole con arrobo, penetrando sus pensamientos más ocultos, viendo en realidad su alma, sin el intermedio de los sentidos. Pero viva, no puede ser.