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Bastante he vivido ya. Siéntese. En seguidita le doy el dinero. Pero dígame una cosa que quiero saber. ¿De quién es ahora esta casa? Eso a usted no le importa. ¿Cree que estoy yo para perder el tiempo? La casa es de su amo. Le repito que no tengo ganas de conversación. ¿Es que quiere usted comprar la finca? Vamos; al avío... Ya sabe que soy hombre de pocas palabras.

Los sapos ponzoñosos é hinchados, Con escuerzos nocivos, por muy sanas Comidas se juzgaban; que forzados Los hombres de su rabia y fuertes ganas, Estando los escuerzos desollados, Juzgaban ser en todo puras ranas: Y aun el sabor decian que excedia A las ranas en grande demasía.

Todas sus palabras eran ahora para un país desconocido, en el que no pensaba horas antes y que admiraba ya como un paraíso. ¡Qué ganas tengo de verme en aquella tierra nueva, que, como dice usted, es la tierra de todos!...

Apenas nos escribe que tenía ganas de volver a la Península, cuando se le presenta la ocasión que deseaba y el capitán general le envía de vuelta con pliegos importantes.

Aunque así no fuese, la hija de Calderón las hubiera acogido con la misma hostilidad. ¡Vamos, Pepe, usted tiene ganas de guasearse! ¡Que , Esperancita, que ! Ramón tiene un gran porvenir y no sería difícil que con el tiempo le veamos ministro.

Otras son más guapas, otras tienen más ingenio, otras hay más elegantes; y sin embargo, es el número uno, el número único. De gustarme pasa a enloquecerme, y noto en lo que no había notado nunca, una alegría, una tristeza... ganas de llorar, de reír, y aun de hacer el tonto delante de ella. Nada, que a los cuarenta y ocho años me sale el sarampión y la edad del pavo.

Esto no era una falta de lógica, sino la consagración práctica de la idea madre de aquellos tiempos, el progreso. ¿Qué sería del mundo sin progreso?, pensaba Santa Cruz, y al pensarlo sentía ganas de dejar al chico entregado a sus propios instintos.

¡Bah!... Perro que ladra, no muerde. ¿No muerde?... ¡Lo que soy yo no vuelvo a pasar por allí; y creo que debes cuidarte de ese bandido. Al mismo tiempo que José avisaba que estaba listo el almuerzo de Ricardo, Baldomero llegó y después de saludar a éste, dijo: ¿Ha visto, don Melchor, lo que ha sucedido? Me estaba contando Ricardo. ¿Sabe que me están dando ganas de ir yo?

Pero, mi querida señorita, comprendo que se aburra usted un poco en Krakowitz; es muy aislado esto... y su señor padre tiene historias con todo el género humano... Pero, en fin, si usted tiene ganas de casarse, una mujer como usted no tiene más que hacer que levantar el dedo meñique. ¡Oh, cállese! me responde; esas son frases. ¿Quién me querría a ? ¿Conoce usted a alguno que me quiera?

Es que las circunstancias me obligan a parecerlo. »Cuando pienso lo que me espera mañana, me dan ganas de matarme. Y al mismo tiempo, ¡vaya con las jugarretas que me hace mi destino! Deseo que llegue mañana.