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Desalentados los que acompañaban a Rodil y convencidos de la esterilidad de esfuerzos y sacrificios, se echaron a conspirar contra su jefe. Clara idea del estado de ánimo de los habitantes del castillo puede dar este pasquín: Como estuvimos estamos, como estamos estaremos, enemigos tenemos y amigos... los esperamos.

En 1804 interesábase la ciudad porque el virrey dictase cierta providencia; mas él, creyendo que la cosa no era hacedera o que no entraba en sus atribuciones, decidió consultar al monarca. El pueblo, que lo ignoraba, se echó a murmurar sin embozo, y en la puerta de palacio apareció este pasquín: ¡Avilés! ¡Avilés! ¿Qué haces que por la ciudad no ves?

Ha de exhortarse á Tirso seriamente que continúe siempre escribiendo, y convencerlo de que, si bien un libelo ó pasquín puede adornar una esquina, no aumenta la merecida fama de un hombre tan ilustrado, tan ingenioso y de tanto talento.

Por el hábito que tengo replicó el Canónigo, si estoy por decir que ha entrado en esta casa alguna legión de demonios invisibles que os van a todos revolviendo la sangre. ¿No comprendéis, hijo mío, que ese sandio y tahúr de don Enrique y esa bestia furiosa de Bracamonte no hacen sino vomitar en palabras el hondo despecho de no haber merecido honor alguno en su vida? ¿Y no se os alcanza también que, así como fijen ese alevoso pasquín que leyeron, serán uno y otro degollados por mano de verdugo, con algunos incautos que han dado en seguilles?

MARFODIO. Non dico questo, ferma per Dio il passo, che anchora par che di paura fugi e di me perche voltasti il fianco. PASQUIN. Diro il vero fugir mi fe yl fracazo li tiri, le bombarde li archibugi ma sopra tute cose un moro bianco. Nac., M-375. ANTONIO P

Oyose entonces un ruido claro de papeles, y don Enrique Dávila leyó el histórico pasquín.

El 21 de octubre, a la vez que el ejército real, de paso para Francia, penetraba en Aragón, aparecieron en Avila, pegadas a las puertas o paredes de la Iglesia Mayor, del templo de San Juan, de las Carnicerías Nuevas, de la casa de los Valderrábano y en otros sitios públicos de la ciudad, siete copias de aquel sedicioso pasquín que Ramiro y el Canónigo oyeron leer una tarde a don Enrique Dávila en el piso bajo del caserón.

Acto segundo. Enrique, en su gabinete, pensando inconsolable en Ana: rodéanlo sólo el Cardenal y el gracioso Pasquín, pero no consiguen desvanecer la profunda melancolía que lo embarga; preséntase la Reina con su séquito para tranquilizar á su amado esposo.