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Hízolo así Sancho; lo cual visto por el eclesiástico, se levantó de la mesa, mohíno además, diciendo: -Por el hábito que tengo, que estoy por decir que es tan sandio Vuestra Excelencia como estos pecadores. ¡Mirad si no han de ser ellos locos, pues los cuerdos canonizan sus locuras!

Si me tuvieran por tonto los caballeros, los magníficos, los generosos, los altamente nacidos, tuviéralo por afrenta inreparable; pero de que me tengan por sandio los estudiantes, que nunca entraron ni pisaron las sendas de la caballería, no se me da un ardite: caballero soy y caballero he de morir si place al Altísimo.

Consuela ver que no es todo el sayal alforjas. Titulábase uno de mis desatinos dramáticos Rodil, especie de alacrán de cuatro colas o actos, y ¡sandio de !, fuí tan bruto que no sólo creí a mi hijo la octava maravilla, sino que, ¡mal pecado!, consentí en que un mi amigo, que no tenía mucho de lo de Salomón, lo hiciera poner en letras de molde. ¡Qué tinta y qué papel tan mal empleados!

Algo se supo en el círculo de la nobleza de las «veleidades místicas» de Anita, y las que la habían llamado Jorge Sandio no se mordieron la lengua y criticaron con mayor crueldad el nuevo antojo. Se confesaba que era virtuosa, en cuanto no se le conocía ningún trapicheo; pero esto era poco para creerse con vocación de santa. «¿Por ventura las demás eran unas tales?».

Uno de los más ciegos partidarios del último creyó, pues, que los sonetos satíricos citados eran de la misma pluma, y replicó con un libelo tan sandio como mal intencionado contra el autor de Don Quijote.

Las amiguitas, que habían sabido algo, y nunca tenían qué censurar en Ana, aprovecharon este flaco para ponerla en berlina delante de los hombres, y a veces lo consiguieron. No se sabía quién pero se creía que Obdulia había inventado un apodo para Ana. La llamaban sus amigas y los jóvenes desairados Jorge Sandio.

Con sus malévolos discursos, habían logrado desatar contra el periódico a algunas damas influyentes de la villa, entre ellas doña Brígida. Con esto tuvieron por suyo dentro del Saloncillo al sandio y degradado Marín. También atrajeron a su bando, poco después, al borracho del alcalde.

Una cosa es hablar, acompañar, animar, y otra.... Por lo menos así pensaba Borrén, que más tenía de sandio rematado que de perverso. Y no obstante su flaqueza, no supo resistir a la segunda ojeada, coercitiva al par que suplicante, de su amigo. Bebió la hiel hasta las heces, y echó tras la Comadreja pisando aturdidamente coles y maíz tierno.

-Poco tengo yo que ver en eso -respondió el ventero-; págueseme lo que se me debe, y dejémonos de cuentos ni de caballerías, que yo no tengo cuenta con otra cosa que con cobrar mi hacienda. -Vos sois un sandio y mal hostalero -respondió don Quijote.

No comentó Sarto; pero también sabe dictar una carta muy zalamera. Tuve la misma idea y ya iba a rasgar el anónimo cuando noté unas líneas escritas al dorso: «Si el Rey duda, consulte al coronel Sarto...» ¿Eh? hizo el veterano asombrado. ¿Me toma por tan sandio como a usted?