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«¡Pobre señor! dijo Benina ; habrá dormido al raso... Es un dolor... a sus años... Mejorando lo presente, es más viejo que la Cuesta de la Vega». Refirió la encargada que no sabiendo Don Frasquito dónde meterse, había conseguido ser albergado en la casa del Comadreja, calle de Mediodía Chica, dos pasos de allí. Por más señas, había corrido la noticia de que estaba enfermo.

No es cura afirmó la Comadreja . ¿No le ves unas patillitas como las de un padronés? Pero, mujer, si lleva alzacuello. ¡Qué alzacuello! Corbata negra. El gordo es un inguilis. ¡Ay Jesús; parece que le pintaron la barba con azafrán! ¿Y aquello qué es? ¡Madre mía de la Guardia!; un anteojo en un ojo solo, y colgado en el aire; ¡mira, mira! Callar, que vienen para acá. Vienen aquí en derechura.

LIONEL. ¡Gatita mía...! ¡Mi comadreja...! ¡Mi conejito...! LINE. ¡Calla...! ¡Yo conozco eso...! ¡Eso es de La Fontaine...! LIONEL. ; el fabulista halló todos los bonitos nombres de amor que se toman prestados de los animales... LINE. ¡Oye...! Me parece que es ya «el oporto menos cinco».

Y sin réditos... Luego , en cuanto hiciste las paces con el del almacén de vinos, me pagaste... Duro sobre duro. Pues bien: ahora soy yo la que se ha caído: necesito doscientos reales, y me los vas a dar. ¿Cuándo? Ahora mismo. ¡Mecachis... San Dios! ¡Como no se me vuelva dinero la chimenea de los garbanzos! ¿No los tienes? ¿Ni tu Comadreja tampoco?

A poco de volver las dos mujeres al lado del desmayado Frasquito, entró el Comadreja, que era un mocetón achulado, de buen porte, con tez y facciones algo gitanescas, sombrero ancho, bien ceñido el talle, y lo primero que dijo fue que pronto sería conducido el interfezto al Hospital.

Palabra de casamiento Desde que tuvo secretos que confiar, por natural instinto Amparo se arrimó a la Comadreja más que a Guardiana.

Yo quiriendo ti, quirier otro... , ... Señor bunito, cabaiero galán... ti queriendo él... Enfermo él casa Comadreja... llevar casa tuya él... quirido tuyo... quirido... rico él, señorito él... ¿Quién te ha contado esas papas, Almudena? dijo la buena mujer echándose a reír con toda su alma. No negar cosa... Tu n'fadar ; riyendo ...».

De repente se detuvo la peonza humana, con brusco movimiento, y se oyó un grito gutural. Ana se aplanó en el suelo. Al ir a socorrerla, notó Amparo que ya no estaba sonrosada, sino del color de la cera, y que se le veía el blanco de los ojos. Baltasar subió precipitadamente el cubo del pozo, y casi colmado se lo volcó encima a la mareada Comadreja.

Allí estaba la Comadreja, a quien no era posible aguantar de puro satisfecha y vana, porque tenía en Marineda al capitán de la Bella Luisa, y si él no había querido convidarse a merendar «por el aquel del bien parecer», contaba con que la acompañaría al final de la función.

Bien; pues ellos no nos querrán a los demás, pero los demás bien nos valemos sin ellos.... Para comer yo no les he de pedir. Y el hijo, si me quiere decir algo, ha de ser con el cura de la mano, que si no.... Echose a reír la Comadreja y le citó ejemplos dentro de la misma Fábrica: ¿qué les había sucedido a Antonia, a Pepita, a Leocadia?, y eran las que más hablaban y más cosas decían.