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Al atravesar por esos campos he visto, delante de mi linda quinta, una mujer limpiamente vestida y, antes de que hubiese podido distinguir sus facciones, se ha arrojado en mis brazos y ha regado mis mejillas con sus lágrimas. «¿No me reconoce usted? me ha dicho al verme vacilar ; soy yo, soy aquella a quien la desesperación había impulsado al suicidio y que usted salvó con peligro de su vida; soy yo, a quien usted ha colmado de beneficios, a quien usted ha arrancado a la miseria, a quien usted ha devuelto la dicha; es a usted a quien debo la vida, y mi esposo querido, y mis hijos amados, y quiero...» Ella quería que viese a sus hijos. «Basta, basta le he dicho, oprimiendo su mano contra mi corazón . Usted no sabe si soy bastante fuerte para resistir todo eso.» «¿Y aquella señora joven? ha añadido misteriosamente ; que el cielo os sea propicio a los dos! ¡Tan hermosa y con un alma tan grande! ¡Oh! ¡Con cuántas alegrías debe embellecer ahora su existencia!» A estas palabras yo he vuelto el rostro, estremeciéndome de dolor y de indignación; y ella ha creído... «¡, muerta, muerta, perdida para siempre!», y la he abandonado al error de sus lamentaciones.

En un pequeño poema que ha escrito Alfonso sobre la consagración del rey, no decía una palabra del duque de Orleans, de quien no es partidario, porque tiene sobre este príncipe las prevenciones de su padre y de toda la familia de los Lamartine: encuentra algunos puntos oscuros e inconvenientes en la conducta de un príncipe de la familia real, cuyo padre cometió la fatalidad de condenar a muerte a su pariente y a su rey, al desgraciado Luis XVI, y que después de esto ha sido colmado de honores y perdonado por los Borbones, dando en lugar de un testimonio de agradecimiento, pruebas de deslealtad para halagar a sus partidarios.

Igualmente me han hecho vacilar el respeto y el afecto que profeso aún á la nación anglo-americana, á pesar de las injurias de que sus representantes nos han colmado, porque yo no quisiera por ningún estilo, al devolver á dichos representantes agravio por agravio, que alguien imaginase que yo trataba de ofender á su nación aunque por ser nosotros calumniados y engañada ella por vulgares prejuicios que han difundido y difunden rastreros escritores, estuviésemos empeñados en una lucha que no tiene razón de ser.

Llegamos al fin, y después de saber a la puerta de mi casa, por Chisco, que no había novedad arriba, despedímonos el médico y yo «hasta luego», y continuó él andando hacia la suya. No había que pensar ya en nuevas excursiones por la montaña: con la última se habían agotado mis fuerzas y colmado la medida de mi poco exigente curiosidad.

En ellos ponderaba yo mi hastío de cuanto me rodea y el anhelo vehemente, que consume mi alma, de hallar objeto, escondido y lejano, que satisfaga mis aspiraciones amorosas, las comprenda y las comparta. Tu retrato y tu escrito han colmado mis votos. eres la mujer de mis sueños.

El 17 de noviembre de 1832, á los cincuenta dias de permanencia en esta ciudad hospitalaria, me separé de ella penetrado de reconocimiento por los muchos favores de que sus habitantes me habian colmado. Dirigíme de nuevo á las montañas, y trepando hasta Samaypata me encaminé á Chuquisaca, que distaba ciento catorce leguas.

Mas sucedióles otra desgracia, que Sancho la tuvo por la peor de todas, y fue que no tenían vino que beber, ni aun agua que llegar a la boca; y, acosados de la sed, dijo Sancho, viendo que el prado donde estaban estaba colmado de verde y menuda yerba, lo que se dirá en el siguiente capítulo.

Sarto dije a mi vez, mi salida de esta noche tenía objeto importante, como lo verá usted más adelante. Pero por lo pronto puedo asegurar una cosa. ¿Y es? Que creería corresponder muy mal a los grandes honores de que me ha colmado Ruritania, si saliese del país dejando con vida a uno siquiera de los Seis. Y con la ayuda de Dios me propongo limpiar de ellos al país.

Aquel vacío estaba colmado por su dolor. Mientras estaba ocupado en tejer, gemía con frecuencia, muy quedo, como un alma en pena: era seña de que su pensamiento había vuelto al abismo abrupto, a las horas inertes de la noche.

Había comprendido que la ruina estaba allí, en aquella casa y sobre mi cabeza. ¡Y... bien! No , si dejándome mi padre colmado de todos sus beneficios, me hubiera costado más y más amargas lágrimas. A mi pesar, á mi profundo dolor, se unía una piedad que, ascendiendo del hijo al padre, tenía algo de singularmente punzante.