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Fuera de la empalizada, en un landó de las hijas del marqués, estaba doña Sol. Sus primas la rodeaban angustiadas, manoseándola, queriendo encontrar en su cuerpo algo descompuesto por la caída. La daban cañas de manzanilla para que se le pasase el susto, y ella sonreía con aire de superioridad, acogiendo compasivamente estos extremos femeniles.

¡Yo! dije asombrada, no sabiendo todavía adónde quería ir a parar. ¿Y le has... le has revelado mi estado, me has... ofrecido... Olga? ¿Qué idea es esa? dije. El mismo fue quien me confesó todo, cuando estaba aquí... ¡Oh! Me conocía mejor que agregué, no queriendo dejar escapar de mi juego ese ligero triunfo, no se avergonzó de tomarme de confidente.

En su estado de espíritu, le habría sido penoso hablar, aunque sólo fuera algunos instantes. Por huir de las despedidas y de las frases triviales, se ocultó en un bosquecillo de plantas, queriendo solamente percibir la forma blanca y ligera que estaba esperando. María Teresa y Diana seguían a distancia al señor y la señora Aubry. Se reían.

Todo se arregla, deudas, hipotecas, pagarés, todo: lo que no tiene arreglo posible es un matrimonio sin amor, a disgusto. Y mucho menos aún queriendo a otro. ¡Esto es horrible!... Inesita volvió a arrojarse en mis brazos, llorando a lágrima viva. ¿Cómo? ¿qué dices? ¿quieres a otro? ¡Con toda mi alma!... ¿Le conozco yo? . Es pariente cercano de usted; le ve usted todos los días...

¡Miguel... que grito! exclamó ella al verle llegar, extendiendo las manos para rechazarle y queriendo huir al mismo tiempo. Había abarcado en sus brazos la parte baja del adorable cuerpo. No podía ascender más: las manos de Alicia repelían su cabeza con un impulso nervioso.

Esta alianza había sido fijada en una de las cláusulas de su testamento, y queriendo servirse del interés como agente de su voluntad, había desheredado al que se negase á casarse con su coheredero.

El queriendo mirar, ella tomándole de las ropas, del hombro, de la garganta, y diciéndole al oído, quedo, muy quedo: «¡No, no!», desesperadamente. Ya entraban por la otra puerta que acababa de abrirse algunos hombres con hachas encendidas, cuando su amada le puso la mano sobre los ojos.

El chico le echó los brazos al cuello. «Yo no le impido ni le impediré a usted que le siga queriendo, ni aun que le vea alguna vez dijo la señora, contemplando a Juanín como una tonta . Volveré mañana y espero convencerle... y en cuanto a la administración del Pardo, no crea usted que digo que no. Podría ser... no ...». Izquierdo se dulcificó un poco.

Para mayor precaución cargaron con todas las municiones, no queriendo dejarlas en la barca, que, aunque bien escondida, corría el peligro de ser descubierta y saqueada. ¡A tierra! exclamó el Capitán. Por el recodo del río había aparecido una piragua tripulada por muchos hombres, y detrás se veía ya la proa de otra.

Pepita también estaba triste; pero le pesaba el silencio que reinaba en el comedor y hacía preguntas á su padre sobre la vida de Biarritz, queriendo que le describiera alguna toilette de las muchas que habría visto en aquella sociedad elegante. Sánchez Morueta se esforzaba por contestar á gusto de su hija. Era la única persona ante la cual se abatía su mal humor.