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Quedó helado. Permaneció en pie unos instantes mirándola con indefinible expresión de angustia y terror: por fin se dejó caer a sus pies exclamando con las manos cruzadas: ¡Oh, por Dios, no me mates! ¡no me mates! El semblante de Clementina se dulcificó y la voz también. Vamos, no seas niño, Mundo.... Levántate.... Tenía que suceder.... hallarás mujeres que valgan mucho más que yo....

Pero aquello pasó; dilatáronse los músculos del semblante del fraile, un momento contraídos, se dulcificó la expresión de su boca, que durante un momento había reflejado una amargura infinita, y su mirada se heló; dejó de ser la mirada mundana de un hombre combatido por fuertes pasiones, para convertirse en la mirada reposada, tranquila de un religioso ascético.

Aquí sólo quedan el tío Francisco, que soy yo, y el tío Diego; que eres , ¿estamos?... Vengan esos cinco... Al avanzar con la mano extendida dio algunos traspiés, pero se mantuvo firme. ¡Vengan esos cinco, valiente! El cura se dulcificó. Se estrecharon las manos. Ahora un abrazo por el rey legítimo de las Españas. ¡No me hable usted de abrazos!... gritó el clérigo enfoscándose de nuevo.

Pero habiéndose vuelto hacia el palco próximo, encontró puestos en él los ojos de la niña: su rostro se dulcificó instantáneamente, a tiempo que se rehacía toda la elegancia de su apostura. Al notar que ahora Muñoz le escuchaba con atención, prosiguió su charla. Lo que es al casamiento no iría uno con Adriana ni a cañón, esto lo convendrás conmigo.

Y se dulcificó la rigidez de su semblante, sus ojos se humedecieron y lloró. ¡Oh! ¡Dios mío! ¡Dios mío! dijo ; la vida es un sueño de Satanás! ¡, , un sueño horrible! ¡pero, seguidme! tomad vuestras armas, que ya no hay peligro en que las toméis, y vamos. Don Juan tomó sus armas, su sombrero, su capa, y siguió á Quevedo; pero antes de salir se volvió hacia Dorotea.

¿Puedo escuchar aún, algunos párrafos de esa correspondencia de solteros? preguntó Francisca. Prometo ser buena como una imagen y respetuosa como un leño. La mirada de la de Ribert se dulcificó ante el tono de la petición, que produjo en todas una franca carcajada.

A decir verdad, estaba yo enamorado como un loco. No era mi amor aquel amor de niño, tímido, vago, ensoñador, que me inspiró Matilde; cariño melancólico, nacido en un juego, alimentado por las predilecciones de una chiquilla graciosa y admirada, y breve y fugitivo en sus anhelos; dulce amor que dulcificó la vida del pobre estudiante; pálido fulgor de la aurora juvenil que inundó de reflejos primaverales los claustros solitarios de un colegio sombrío; amor que no conseguí arrancar de mi alma en muchos años; que aun suele estremecer mi corazón, porque ni atrevidos devaneos, lograron aniquilarle en .

El chico le echó los brazos al cuello. «Yo no le impido ni le impediré a usted que le siga queriendo, ni aun que le vea alguna vez dijo la señora, contemplando a Juanín como una tonta . Volveré mañana y espero convencerle... y en cuanto a la administración del Pardo, no crea usted que digo que no. Podría ser... no ...». Izquierdo se dulcificó un poco.

La viuda, aunque su corazón sangraba cruelmente, dulcificó aún más la voz y trató de calmar a la joven, asegurándole que no se separaría nunca de ella y que estaría siempre a su lado para quererla y protegerla. Por fin, cuando creyó haberlo conseguido agregó: Pues bien, Elena, ya que este viaje te asusta tanto, todavía creo que lo podré impedir.

María de la Luz, pasando repentinamente de la resistencia al desaliento, rompió a llorar, aumentándose sus gemidos y sus lágrimas conforme avanzaba Fermín en el relato de la desesperación amorosa del novio. ¡Ay, pobrecito! gemía la muchacha, olvidando todo disimulo. ¡Ay, mi Rafael de mi arma!... Se dulcificó la voz del hermano. Le quieres, ¿no lo ves? le quieres.