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Y ahora que usted es hipócrita, falsa, egoísta, peor que todas las demás...» Ella me dejaba hablar: vano era mi intento de sublevarla, de hacer que se sintiera ofendida: «Pero un día acabará usted misma por romper esa su hipócrita fidelidadagregué, «para caer en brazos de su nuevo amante... si acaso no se ha entregado usted ya a él...» Estas palabras fueron igualmente inútiles.

¡Yo! dije asombrada, no sabiendo todavía adónde quería ir a parar. ¿Y le has... le has revelado mi estado, me has... ofrecido... Olga? ¿Qué idea es esa? dije. El mismo fue quien me confesó todo, cuando estaba aquí... ¡Oh! Me conocía mejor que agregué, no queriendo dejar escapar de mi juego ese ligero triunfo, no se avergonzó de tomarme de confidente.

Pero también es cierto, ciertísimo agregué atemorizado que él está en el fondo de la casa, mirándonos a través de las paredes con sus ojos de ahorcado o de basilisco. Huyamos, entonces me propuso Nanela, echándose apresuradamente una mantilla de encajes sobre el cuervo de sus cabellos. Huyamos.

Se me ocurrió que, para haberlos adquirido en tan breve plazo, debía de haber sido muy desgraciada. Nos encontrábamos al borde del lago, puro, límpido y transparente... imagen de su alma. Así se lo dije; me miró, sonriendo con esa sonrisa triste que hace llorar, y repuso: ; la calma en la superficie... Y tal vez en el fondo... agregué, mostrándole el lago.

Pero no entendió el sentido de esta definición de la elegancia. Entonces le dije que es el aire de la persona y no el vestido lo que la hace ser naturalmente elegante. Y le agregué que él era muy «airoso», que era todo aire, de pies a cabeza. Me dió las gracias. Por último agregó: «Estoy lo más contrariado por estos inconvenientes de la conflagración». Y con Ernesto, ¿cómo te fué?

Ella dijo: «¿No parece una acuarelaYo aprobé, y luego añadí: «En esto hay tanta belleza como cuando el sol resplandeceSeguí hablando. Agregué que una luz interior iluminaba mi vida entera, que mis ojos no veían ya por todas partes más que formas de la belleza. Su pálida hermosura era en este momento maravillosa, parecía reflejar toda la palidez de la Naturaleza que nos rodeaba.

Repítaselo usted en buena hora dijo Ruperto con la mayor indiferencia; y viendola desprevenida, se le acercó de un salto y la besó, echándose después a reír y exclamando: ¡Ahora tiene usted algo más que contarle! De haber tenido mi revólver, la tentación hubiera sido quizás demasiado fuerte, pero desarmado como estaba, agregué aquel nuevo desmán a la cuenta que tenía pendiente con Ruperto.

Roberto lo notó y exclamó muy asustado: Estás muy pálida, niña, ¿te has hecho daño? Dije que por señas, y agregué que aquello no era nada, que pronto pasaría.

Cuando pretende nuestro amor un desconocido, éste oculta bajo su negro frac un tipo convencional y no pudiendo nosotras leer en un rostro humano, si no logramos adivinar lo que encubre su máscara resulta que no conocemos al marido hasta después de casadas. » Entonces, eso es cosa resuelta agregué yo.

Agregue usted a esto el producto de las estancias que, llegando a 20.000 cabezas de ganado mayor, ha de rendir, fuera de gastos y costos, 3.000 pesos cuando menos cada año; y hallará usted que el no adelantarse los pueblos es, o porque la inacción de estos naturales es mucha, o porque el consumo y desperdicio de la casa principal es grande; uno y otro sucede, como manifestaré en su lugar.