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»Olga digo, ha sido presunción de mi parte el atreverme a tenderte la mano: muy bien que no soy digno de ti, te suplico desde el fondo del corazón, olvídalo, yo nunca te lo recordaré. »Y en ese instante, tío ¿cómo pintarte lo que pasó? déjame un instante... ¡el recuerdo!... Pero ¿para qué? seré fuerte, querido tío, voy a dominarme.

¿Quién está ahí? ¡Qué diablos! gritó otra vez, tratando en vano de ver en la obscuridad. Toda mi arrogancia me volvió. Estaba tranquila y altiva cuando me había despedido de él algunos años antes, quería ser la misma para presentármele entonces. ¿Acaso necesitaba saber todo lo que yo había sufrido en el intervalo? Olga... en verdad... Olga, eres .

De modo que eres Olga exclamó siempre en el mismo tono estridente y llorón que llenaba la casa. ¡Buenos días, mi queridita! ¡Oh! ¡Qué desgracia! ¿Entonces es verdad? ¡La noticia me ha trastornado! Le ruego, querida tía le dije cruzándome de brazos, que vaya usted a trastornarse a otra parte y no aquí, y que a la cabecera de la enferma modere usted el tono de su voz. Ella se quedó cortada.

Es necesario que alguien venga, aunque sea de ultratumba, a decirme por qué ha muerto OlgaNuevamente el silencio reinó en la habitación obscura; no se oía más que la respiración de los dos hombres y la fuga precipitada de una rata que había acompañado el relato de Roberto con el ruido monótono de sus dientes.

Pero la vida parece querer darme ahora todo lo que todavía puede tener para de alegría y de tranquilidad. » sabes, tío, cómo, en medio de mi dolor, me dejé llevar por un afecto sin cesar creciente por la hermana de mi querida muerta, mi prima Olga. Todo te lo confesé, busqué consuelo cerca de ti cuando me atormentaba, cuando me reprochaba mi infidelidad para aquella cuyo luto aún llevaba.

¿De Marta? ¿Qué consejo te ha dado? Tómala aparte, uno de estos días me ha dicho, y explícate con ella. Cuando Olga no quiere a alguién, lo aborrece, y me daría mucha pena que no te tuviera cariño. ¿Marta ha dicho eso? exclamé, y las lágrimas me asomaron a los ojos. ¡Qué corazón, qué corazón de oro! , ha dicho eso y muchas otras cosas más para explicar tu temperamento y excusarte.

Muero sin pesar y no tengo miedo. Hace tanto tiempo que no duermo bien, que necesito reposo. Olga BremerEl anciano experimentaba un sentimiento de angustia absoluta. Se bamboleaba, apretaba los puños y se golpeaba la frente; en seguida volvió a caer sobre una silla. Es una locura, una completa locura gimió enjugándose las gotas de sudor que cubrían su frente.

Roberto había dado un salto y se mesaba los cabellos. Sus ojos, fijos en el anciano, resplandecían en la obscuridad. Ese cuaderno, dámelo; ¿dónde está? El doctor le explicó el peligro que corría el secreto de Olga y la inquietud que esto le causaba a él mismo. ¡Espérate, voy a ir a buscarlo! exclamó Roberto dirigiéndose hacia la puerta. El anciano lo detuvo.

Se dejó caer en el rincón de un sofá y miró a la puerta, pues esperaba, en sus adentros, que Olga hubiera visto su coche a la entrada, y bajara para tenderle la mano. No tardó en impacientarse. ¿Y si Olga había ido a la granja? Pero no; ella sabía que él debía venir para hablar con sus padres. Por fin se decidió: «Voy a ir a llamar a su puerta,» y se levantó.

Y, en seguida, abandonando todo fingimiento gritó: ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Has permitido la espantosa desgracia! ¡La has dejado de tu mano! Y poco le faltó para dejar correr sus lágrimas; pero, reuniendo toda la energía que quedaba en su cuerpo gastado, se enderezó recto como una I: Venid al cuarto de Olga dijo, y no os asustéis, cualquiera que sea el estado en que la encontréis.