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No es mala idea, Cornelio; pero sin que nos hostilicen no debemos tirarles. Hasta ahora nada nos han hecho. ¿Y si nos aprovecháramos de esta tregua forzada para huir? dijo Horn . Si nos estamos aquí, no tardará en llegar la tripulación de la segunda piragua. ¿Y adónde irá este río? preguntó Cornelio.

De eso lo mismo que respondió el Capitán . Subiremos por él hasta encontrar un sitio bueno para acampar, y cuando los piratas se marchen, nos embarcaremos otra vez y seguiremos nuestro viaje. Señor Van-Stael; ya está ahí la segunda piragua avisó Van-Horn. El piloto no se había equivocado.

Iban todos armados de lanzas y de los pesados y groseros cuchillos llamados parangs, y algunos llevaban cerbatanas de bambú, destinadas a disparar flechas impregnadas del jugo extremadamente venenoso del upas. La piragua se acercaba al islote, navegando a lo largo de la playa occidental, pero con gran trabajo, pues no había agua suficiente, aunque estaba subiendo la marea.

En el puente de la piragua más cercana se distinguían varios hombres ocupados en las maniobras de las dos velas, y muchos otros aplicados a los remos. De cuando en cuando se oía una voz que gritaba: ¡miro! ¡miro!; pero el Capitán se guardaba muy bien de darle crédito.

Detúvose bruscamente la piragua. Al parecer había encallado, pues se vió a los piratas correr de proa a popa, observar la corriente, y lanzar después furiosos gritos. Han encallado dijo el Capitán. Pero la marea está subiendo y quizás logren ponerse a flote dentro de un rato observó Van-Horn. ¿Rompemos el fuego? preguntó Cornelio . Si saben que llevamos armas, quizás desistan de atacarnos.

Una piragua se había adelantado, y sólo distaba ya cuatro millas. La otra, no tan buena velera, por lo visto, se quedó rezagada; pero sin abandonar la caza. Sin duda aquellos astutos salvajes se habían dado cuenta de las intenciones de los náufragos, y querían a todo trance impedirles llegar a la playa de la gran isla.

La segunda piragua, que se había quedado rezagada, acababa de llegar a la desembocadura del río y trataba de unirse a la otra, que seguía encallada. Aquel refuerzo podía ser fatal para los náufragos, pues aumentaba considerablemente el número de los piratas.

Y cuando la pieza blanca caía en el abismo, el nadador iba a su alcance con la cabeza baja y las manos juntas en forma de proa, dejando la piragua balanceante detrás de sus pies con el impulso del salto. El cuerpo bronceado tomaba una claridad de marfil en el cristal verde de las aguas removidas.

Virey del Perú, por los auxilios de tropa y demas que fuese preciso, le dirigió un pliego rotulado á dicho Gobernador, para que lo remitiese á Chiloé, en alguna piragua, ó embarcacion de particulares; con órden de que la comprase de cuenta de Su Magestad, si fuese capaz de poderse continuar en ella la correspondencia con aquella provincia, y en él de que no la hubiese, que dispusiese la construccion de una, adecuada al fin enunciado: haciéndole otras prevenciones conducentes á procurar la mayor seguridad de la expedicion, y el acierto de la ruta que se ha de elegir, y á facilitar el debido cumplimiento de la real órden de Su Magestad, con la prontitud deseada.

La piragua había dado vuelta al banco de arena y avanzaba con precaución por la orilla derecha, tratando de evitar los bajíos. Algunos hombres sondeaban el agua con los remos, mientras otros trataban de descubrir a los náufragos, escondidos en las malezas del islote. Se les oía hablar y se les veía moverse sobre cubierta.