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Los hombres solteros suelen usar también el peine de caña, como distintivo de su estado. Todos ellos llevan siempre en su mano el arco y las flechas que acostumbran á envenenar con jugo de plantas que ellos conocen, en las cuales frotan é impregnan el hierro ó punta de ellas; algunos usan un carcax de caña bambú para colocarlas; en la cintura llevan un cuchillo ó bolo muy afilado.

No costaba mucho trabajo reconocerlas como dos piraguas de isleños, pues son bien distintas de las nuestras. Consisten en troncos de árboles ahuecados de unos cuarenta pies de largo, con cubiertas provistas de barandas de bambú.

Los javaneses, de blusa y calzón ancho, viven felices, con tanto aire y claridad, en su kampong de casas de bambú: de bambú la cerca del pueblo, las casas y las sillas, el granero donde guardan el arroz, y el tendido en que se juntan los viejos a mandar en las cosas de la aldea, y las músicas con que van a buscar a las bailarinas descalzas, de casco de plumas y brazaletes de oro.

Corrí a la gradería de bambú que daba al patio. Rompí la valla, y penetré en la cuadra. Mi caballo, preso en las tinieblas relinchaba, tirando furiosamente del cabestro. Salté sobre él, sujetándole por las crines. En este momento, por el postigo de la cocina que había saltado en astillas, penetró una horda armada de linternas, lanzas, clamando delirante.

El bastón de Juan Maury era un bambú como cualquiera otro. Por donde descollaba y pasmaba, era por el puño, hecho de marfil en forma de cabeza semi-humana, semi-perruna, bastante bien tallada. Los ojos eran de vidrio, imitando los naturales, y muy luminosos. La parte que figuraba el pelo estaba teñida de negro; en las mejillas había un tinte sonrosado, y en la boca vivísimo color rojo.

Dado esto, pudiera ser que, del mismo modo que los sundaneses decían un tutus para cada bambú lleno de señales de diez, los tagalos después de contar ciento con sus palillos, como tenían que volver á contar con los mismos, decían sandaan, un pase, es decir: contados una vez, que era decir ciento, puesto que para concluir con su cuenta se llegaba á esta cantidad.

Fernandito no leyó más: con la boca y los ojos muy abiertos quedóse largo tiempo suspenso, hasta que, levantándose de repente y entrando en su cuarto de vestir, cogió un bastón con puño de plata, una delgada caña de bambú nudosa y flexible que cortaba el aire con silbidos de culebra al esgrimirla con gran furia Villamelón, dirigiéndose presuroso y descompuesto a las habitaciones de la espiritual Currita, de la vaporosa Ofelia, de la sentimental María Stuard, a quien amenazaba, sin duda, en vez del poético lago o del dramático tajo, un trancazo soberano, una paliza descomunal.

Sillones de floreada cretona en torno de las mesas de bambú formaban islas, a las que se acogían grupos de personas para embadurnar con manteca y mermeladas el pan tostado, husmear el perfume del o seguir el burbujeo de las aguas minerales teñidas de jarabes y licores.

El chino ligero, que vive de pescado y arroz, hace su casa de tabla y de bambú. El japonés vive tallando el marfil, en sus casas de estera y tabloncillo. Allí se ve donde habitan ahora los pueblos salvajes, el esquimal en su casa redonda de hielo, en su tienda de pieles pintadas el indio norteamericano: pintadas de animales raros y hombres de cara redonda, como los que pintan los niños.

Los papúes comienzan, para construir esos edificios, por hincar firmemente en el suelo, a guisa de horcones, gruesas cañas de bambú de cuarenta o más pies de largo fuera de tierra, que han de ser los soportes de toda la máquina, las cuales, para que no se cimbreen y conserven siempre entre iguales distancias, van ligadas unas con otras con fibras de rotang y con lianas.