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Pero lo bueno fué que cuando nos alcanzó, seguro de pasarnos á cuchillo, se halló con que no supo cómo atacarnos ni cómo cogernos, porque lo esperamos esparcidos por los vallados y viñedos de unas alturas, hasta donde sólo podían subir por una ladera y eso al descubierto, ofreciéndonos magnífico blanco.

Los tres se encaminaron al extremo opuesto de la elevada planicie, bajo la cual se veía la roca cortada casi á pico, con algunos peñascos salientes de trecho en trecho. Es indispensable, continuó el señor de Morel, que el príncipe tenga noticia exacta de lo ocurrido. Podremos quizás resistir otra acometida porque no pueden atacarnos todos á la vez, pero el fin no está lejano.

La lantaca se hacía oír también de rato en rato, y la metralla destrozaba las flacas espaldas o los vientres abultados de aquellos salvajes. Dejadles que griten a su gusto dijo el Capitán . Por ahora no se atreverán a atacarnos. Ocupémonos, pues, en poner el junco a flote, sobrinos míos. ¿Qué debemos hacer, tío? preguntaron los dos incansables jóvenes.

El servicio de los cañones estaba listo, y advertí también que las municiones pasaban de los pañoles al entrepuente por medio de una cadena humana semejante a la que había sacado la arena del fondo del buque. Los ingleses avanzaban para atacarnos en dos grupos. Uno se dirigía hacia nosotros, y traía en su cabeza, o en el vértice de la cuña, un gran navío con insignia de almirante.

Me lo temo, Cornelio respondió el Capitán, que miraba con atención aquel fuego. ¿Dirigida a quién? Sin duda a alguna tribu. Y ¿no será a nuestro prisionero? Ellos tal vez ignoran que está en nuestras manos. Tu idea no me parece infundada. ¿Se dispondrán a atacarnos? ¡Quién sabe! ¿Oyes algo? No, tío. ¿Tienes miedo? ¿Miedo?... ¡No, tío!... Toma el fusil, y vamos a ver. ¿Vas a ir hasta allí?

Veía de repente la riqueza como base y resorte de todas las empresas guerreras. Entonces dijo con expresión pensativa , si los extranjeros dejan de atacarnos, no es porque nos tengan miedo... No; si nos permiten vivir tranquilos, es porque esas potencias omnipotentes, con sus ambiciones y celos, guardan cierto equilibrio.

Debía de estarse combatiendo allí encarnizadamente. No hay duda... es un combate dijo el Capitán . Alguien ha caído sobre los piratas por la espalda: quizás hayan sido los arfakis o los alfuras. ¿Y los vencedores vendrán luego a atacarnos a nosotros? preguntó Cornelio . Las llamas de esa choza puede atraerlos, tío. Tienes razón; alejémonos de aquí cuanto antes, y dejémosles matarse a su gusto.

Detúvose bruscamente la piragua. Al parecer había encallado, pues se vió a los piratas correr de proa a popa, observar la corriente, y lanzar después furiosos gritos. Han encallado dijo el Capitán. Pero la marea está subiendo y quizás logren ponerse a flote dentro de un rato observó Van-Horn. ¿Rompemos el fuego? preguntó Cornelio . Si saben que llevamos armas, quizás desistan de atacarnos.

Pero ven acá, infeliz, la única nación que puede atacarnos por tierra es Francia, y si Francia se decidiese a hacerlo, ¿de qué nos servirían todos esos oficialitos tan guapos y bien uniformados? Además, los soldados son un bien para la población por lo que consumen. Los comercios ganan, las casas de huéspedes lo mismo...

En los puntos de mayor peligro, y donde era preciso estar con el arma en el puño constantemente, nos disputábamos un chorro de agua con atropellada brutalidad: rompíanse los cántaros al choque de veinte manos que los querían coger, caía el agua al suelo, y la tierra, más sedienta aún que los hombres, se la chupaba en un segundo. ¿Por qué sitio pensaban atacarnos los franceses?