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Don Ramón, el jefe del escritorio, recordando sus antiguas aficiones, comparaba la bodega de embarque con la paleta de un pintor. Los vinos eran colores sueltos: pero llegaba el técnico, el encargado de las combinaciones, y cogiendo un poco de aquí y otro de allá, creaba el Madera, el Oporto, el Marsala, todos los vinos del mundo, imitados con arreglo a la petición del comprador.

Satisfecha el alma por el santo cumplimiento de sus devociones, y satisfecho el cuerpo por los varios tragos de viejo Oporto que se echara entre pecho y espalda, durmió muy bien el joven duque. No hay para qué decir si los demás dormirían a gusto en las «finas y frescas sábanas de Holanda», que dijera Guy.

En la ciudad de Oporto eran tan populares, que en el año 1538 acordaron el obispo y los magistrados seculares, confirmándolo luego Juan II, que mientras atravesaba la procesión la Rua Nova se representase un auto corto de un asunto piadoso, mientras se descubrían todos delante de la Custodia, y que, en las vísperas del mismo día, se repitiese en la iglesia, siempre que no perturbase el oficio de las mismas vísperas.

Otra vez ha de perdonar Vueselencia, replicó Panglós, porque puede subsistir la libertad con la necesidad absoluta; porque era necesario que fuéramos libres; porque finalmente la voluntad determinada.... En medio de la frase estaba Panglós, quando hizo el familiar una seña á su secretario que le escanciaba vino de Porto ó de Oporto.

En virtud de un rescripto dirigido al municipio de Oporto, fecho en Lisboa el 30 de Mayo de 1560, prohibió más tarde el rey D. Sebastián los abusos, que se habían deslizado ya en la procesión del Corpus de esa ciudad, apareciendo de él que se elegían anualmente cinco ó seis doncellas de las más hermosas, hijas de menestrales, para representar á Santa Catalina, Santa Clara y otras Santas, y que no siempre guardaban el decoro que convenía á sus papeles.

No os apuréis por eso, amado sobrino díjole doña Inés, tendiéndole su propia copa, después de haber sorbido en ella dos o tres traguitos. Bebiose el joven el resto, y sintió mirando a su bella tía, que un fuego interno le abrasaba, como si el añejo Oporto fuera un filtro de amor.

Jacobo hablaba perfectamente el inglés; y ella gozaba de conversar en un idioma que el señor de Maurescamp no tenía la ventaja de poseer. Jacobo hacía todo lo posible por substraerse a las amabilidades demasiado expresivas de su vecina y trataba de hablar en francés; pero ella no quería y volvía resueltamente a hablar en inglés, vaciando a su salud copas llenas de «pale ale», mezclada con Oporto.

Pasándose largas horas, bajo la escasa luz de la última bujía que duraba encendida, acabó el joven por familiarizarse con el raro caso de aquellas figuras que se movían y hasta hablaban... Vamos, yo os agradezco vuestros saludos les dijo, y os invito a que bajéis de vuestros cuadros, a tomar conmigo una copa de vino Oporto.

Allí nos esperaba una verdadera sorpresa, en la mesa luculiana que nos presentó el anfitrión, con un menú digno del Café Anglais, y unos vinos, especialmente un Oporto feudal, que habría hecho honor a las bodegas de Rothschild. Allí pasamos la noche, es decir, allí la pasaron los que, como Pardo, Perojo y yo, tuvimos la buena idea de dar un largo paseo después de comer.

Cuando ya ha sido notado, pregunta un día si hay buen Oporto o buen Coñac, y toma una copita de pie, al lado del mostrador, con aires de hombre cuya dignidad se sentiría deprimida penetrando al despacho de bebidas donde pulula el vulgo de los bebedores.