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Así, en la comedia Sin honra no hay amistad, para pintar las tinieblas de la noche, dice: Está hecho un Góngora el cielo Más obscuro que su verso, leyéndose también dos sonetos en el primer acto de El desdén vengado, escritos indudablemente para parodiar el estilo culterano.

Destruida a medias esta original concepción de mi procedencia natal, me volvió a pedir que le recitase algunos versos, y yo, con la buena voluntad que en este particular nos caracteriza a los poetas, lo mismo líricos que dramáticos, le dije un número considerable de sonetos, después otro aún mayor de quintillas, luego algunos romancitos.

Llevaba concluida una traducción de El laberinto de amor, sendas glosas de los sonetos de Petrarca, y tenía entre manos una feliz imitación de la Arcadia de Sannázaro. Para él, aquella naturaleza desolada y adusta que rodeaba, por todos lados, a su ciudad natal no merecía un hemistiquio.

También ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebérrimos; aunque, si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo que me los darían, y tales, que no les igualasen los de aquellos que tienen más nombre en nuestra España.

Me pasó lo que a los gastrónomos: principian por gustar de los buenos platillos, y acaban por invadir la cocina y preparar ellos mismos los guisos predilectos. A fuerza de leer versos me dió por hacerlos. Malísimos salieron los míos, a juzgar por lo que dijo de ciertos sonetos un periódico villaverdino.

Por mi parte, no tuve el placer de asistir a ninguna de esas reuniones; pero poco antes de mi llegada, el señor Soffia, ministro de Chile, que es un poeta distinguidísimo, había invitado a un mosaico, en un soneto esdrújulo de una dificultad de factura agobiadora. Al día siguiente, tenía cuarenta sonetos, con las mismas rimas, aceptando la invitación.

Dispusiéronse las bodas con pompa y magnificencia nunca vista: todo era fiestas, torneos, óperas bufas; y en toda Italia se hiciéron sonetos en mi elogio, de los quales ninguno hubo que no fuera rematado de malo.

Las ballesteras eran de ensalada De glosas, todas hechas á la boda De la que se llamó Malmaridada. Era la chusma de romances toda, Gente atrevida, empero necesaria, Pues á todas acciones se acomoda. La popa de materia extraordinaria, Bastarda, y de legitimos sonetos, De labor peregrina en todo, y varia.

Y que advirtiendo a la gran cosecha de redondillas, canciones y sonetos que había habido en estos años fértiles, mandaban que los legajos que por sus deméritos escapaban de las especerías, fuesen a las necesarias sin apelación.

El melancólico Maquia se suicidó en Nápoles al verla insensible a sus tristes sonetos; en Viena se batieron por ella y murió uno de sus admiradores; un inglés excéntrico la seguía a todas partes, proyectando sobre su cabeza una sombra de árbol fatal y jurando matar a todo el que ella prefiriese... ¡Ya había bastante!